No estoy decepcionado. Ni frustrado. Como la inmensa mayoría de los que habitamos este reino. Reconforta saber que el Gobierno gallego se siente «decepcionado» porque lo del Prestige se quedó en una parranda de fin de semana. Sobre todo consuela después de tener que escuchar a voceras, repeinados, cazadores, resabiados y demás niños del coro que tan entusiásticamente aplaudieron el despropósito.
Pero una cosa es estar decepcionado y otra sentirse burlado, insultado y engañado. Y por eso estamos irritados e indignados. Pero si el presidente Feijoo se siente decepcionado, tiene una oportunidad única para demostrar que no está de paso en Galicia. Y lo hará si no abandona a los gallegos como su predecesor los abandonó aquellos fatídicos días. Y si, además de las buenas intenciones, intenta evitar esa sensación de desamparo y tomadura de pelo que nos vuelve a atenazar. El Gobierno gallego no puede permanecer impasible ante quienes atacaron nuestras costas, nuestra dignidad y nuestras vidas. Y nos cambiaron muchos sueños y 4.338 millones por angustia, dolor y desprecio. Esa «decepción» tiene que dar paso a acciones contundentes.
Así que, a ver si es cierto. Y lidera la reparación de la afrenta. Para que no se sigan burlando de nuestra tolerancia. Ni de nuestra generosidad.