Impunidad y servidumbre

OPINIÓN

15 nov 2013 . Actualizado a las 10:40 h.

Ayer el título de portada de este diario era «Nadie pagará». Es un título que evoca la impunidad. La impunidad de los auténticos responsables de la catástrofe del Prestige que, como el presidente del tribunal, Juan Luis Pía, menciona en la sentencia, no estaban imputados. El «Nadie pagará» supone que pagaremos todos excepto los realmente culpables. De nada sirve que la clasificadora del buque diera su visto bueno a un barco que estaba para el desguace, que la sociedad propietaria del Prestige se escondiera en Liberia, y que los auténticos responsables políticos estuvieran de cacería o esquiando. No se puede condenar a quien no se sienta en el banquillo. En este sentido la sentencia puede ser formalmente correcta, pero esto no evita el sentimiento colectivo de decepción al escuchar que todos los imputados son absueltos, si exceptuamos la condena al capitán desobediente.

Este sentimiento de impunidad de los verdaderos culpables y de que, se haga lo que se haga, no hay consecuencias porque al parecer ninguna decisión es mejor que otra, se ve reforzada por el aval legal que la sentencia da al alejamiento del buque ya que, según el fallo, la decisión, aun siendo discutible y parcialmente eficaz, fue «enteramente lógica y claramente prudente». No parece que esta conclusión se base en el principio de que los actos se miden por sus consecuencias, y puede servir de amparo legal en un caso similar para decidir un nuevo alejamiento.

Ya Freud aclaró en su día que la culpabilidad es un sentimiento propio de los inocentes. Los auténticos culpables siempre intentan culpar a los demás. Pero antes, al menos, admitían que alguien era el responsable del mal. Sin embargo, parece que ahora hacer algo mal ya no está al alcance de casi nadie. De casi nadie -conviene matizarlo- con poder de decisión.

Esto instala en la sociedad la idea de que la impunidad es la regla en los gestores y dirigentes políticos, económicos o financieros. Pero, como alguien tiene que ser culpable, la culpa debe socializarse. Todos debemos pagar. Así los desmanes y prebendas de los gestores de las cajas, los pagarán los preferentistas. La marea negra del Prestige, todos. La cultura de la impunidad nos hace a todos culpables. Porque, si nadie es culpable, todos lo somos, todos pagamos. Como si de una broma macabra se tratara nos dicen: «Inocente, inocente? eres culpable». Eres culpable tanto de ahorrar como de vivir por encima de tus posibilidades. Tanto de estar en el paro, como de tener un puesto fijo de funcionario. Así, la impunidad de los gestores se asume con el fatalismo de lo inevitable: «Siempre pagan los mismos». Esto nos conduce a la servidumbre voluntaria de la que ya hablaba Étienne de la Boétie en el siglo XVI.