Lampedusa

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

05 oct 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

En Italia se dice gatopardismo o lampedusismo cuando hay que emplear un sinónimo de cinismo. La referencia está directamente ligada al autor de una única novela, El gatopardo, Giuseppe Tomás de Lampedusa.

Su título nobiliario, su apellido, procede del nombre de la isla más meridional de Italia, la más grande del archipiélago de las Pelagias, isla de veinte kilómetros cuadrados situada a solo cien kilómetros de Túnez.

Es la puerta de Europa, que posibilita a quienes la cruzan alcanzar ese paraíso instalado en el espejismo del Estado de bienestar tan deseado por «los desterrados hijos de Eva» que huyen del hambre y de la guerra, de la desesperación y del dolor que se ha instalado en los países del África subsahariana.

Nadie les ha contado que la auténtica isla es Europa, ese continente donde no tienen cabida, en donde ya no quedan ni las migajas caídas de la mesa de los ricos, en donde la exclusión social es su destino si sobreviven a cruzar el Mediterráneo.

Es la misma Europa en la que el Gobierno socialista francés expulsa a los gitanos nómadas de su territorio y condena a las periferias urbanas a quienes hicieron de llegar a la meta europea un objetivo vital.

Lampedusa se ha convertido en un inmenso cementerio marino hasta donde navegan cadáveres innominados de ahogados que no han sobrevivido a su última singladura en el mar de Ulises. Es un continuo naufragio que ahoga todas las esperanzas.

Las centenares de bolsas de plástico verdes, alineadas en el muelle convertido en una fosa común al aire, son un aldabonazo en el pecho colectivo de la biempensante ciudadanía europea, que incluso fue capaz de articular leyes como la Fini- Bossi que considera delito auxiliar a los náufragos de las pateras en alta mar.

Lampedusa con las gentes del Magreb, de Somalia, de Etiopía, de los países africanos fragmentados y rotos por guerras tan interminables como inexplicables, es el nuevo nombre de nuestra conciencia, la puerta infranqueable, la que ha cerrado Bruselas a cal y canto para que no se cuelen los indeseables, los más pobres de la tierra.

Lampedusa es una esquela sin nombres conocidos clavada en el tablón de anuncios de los informativos. Noticia que ya ni nos conmueve por repetida, por frecuente. No son nuestros muertos, no rezaremos por ellos, no forman parte de nuestra memoria. Son incómodos y molestos.

Pero algo hay que hacer cuando ya sabemos que se han terminado todas las primaveras árabes y que se está agotando nuestro cupo de solidaridad. Lampedusa es un grito unánime, es el llanto. Vergüenza, clamó el papa. Dicen que Francisco lloró indignado.