Conciencia

Xosé Ameixeiras
Xosé Ameixeiras ARA SOLIS

OPINIÓN

05 oct 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Llevamos dos semanas devanándonos los sesos tratando de entender qué ha podido llevar a un ser humano a acabar con la vida de Asunta, esa niña de doce años traída de China siendo bebé y en medio de gran algarabía mediática para acabar cadáver en una cuneta de Teo, que es como suelen aparecer los cuerpos inertes de los inocentes. Y mientras aquí rumiamos todo lo que envuelve el homicidio, la alcaldesa de Lampedusa (Italia) tiene su isla convertida en una gigantesca morgue con centenares de inmigrantes que parecieron en un naufragio dantesco que debería sobrecoger el ánimo a la humanidad. Gentes, la mayoría jóvenes y muchos niños, que huían del hambre, la persecución y la guerra en Eritrea, Somalia o Ghana. Lo de menos casi es el lugar. Iban quinientos y vieron de pronto su bañera flotante en llamas, un infierno, con momentos de pavor indescriptible, y seguramente con gritos que desgarrarían el alma de cualquiera. Dicen que hubo barcos pesqueros que vieron el macabro espectáculo y les dieron la espalda porque hay una ley de inmigración que prohíbe asistirlos y, al parecer, su conciencia, también. Hubo otros que, sin embargo, sí llenaron sus embarcaciones de supervivientes y cadáveres. En Lampedusa ya no tienen espacio físico para tanta tragedia y tanta tumba sin nombre de seres que se lanzaron al mar inundados de ilusión y solo encontraron el agua y el fuego asesinos. Al final se van a contentar con condenar al organizador del viaje que iba a bordo, pero los que están en el origen de tanta miseria no constan en ninguna parte. Ni siquiera hay la mínima esperanza de que sufran un irreversible ataque de conciencia.