El estoico español

Carlos G. Reigosa
Carlos G. Reigosa QUERIDO MUNDO

OPINIÓN

29 sep 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

A unque no se habla de ello, el tradicional estoicismo español se ha reivindicado claramente en la actual crisis económica. Un estoicismo que tiene una larga tradición filosófica y literaria, desde el clásico escéptico Séneca a la filósofa María Zambrano o el escritor Arturo Pérez Reverte, pasando por Jorge Manrique, Quevedo, Rosalía de Castro, Galdós, Unamuno, Azorín o Valle-Inclán. Una actitud ante la vida acreditada en la historia y que muy probablemente explica nuestra moderada reacción ante los males presentes. Porque si algo caracteriza al estoico es la idea de que todo sucede de acuerdo a una profunda necesidad y una inevitable finalidad que impide tomar otra dirección.

El estoico español combina así resignación y esperanza, y acumula recelos a la vez que los supera. Por eso sus protestas (también las de los indignados) aparecen aureoladas de un halo romántico y festivo que soslaya o evita la crispación extrema. En el fondo de su corazón, el estoico español sabe que nuestros problemas tienen solución, pero no a tan corto plazo como él desearía. Por eso se solivianta contra la realidad, pero sin dejar nunca de reconocerla y de comprenderla. Pone así a prueba su ser, su vigor y sus creencias, pero no se ciega con el vano optimismo de que todo tiempo pasado fue mejor, ni condena el futuro porque acepta la obviedad de que aún no lo conoce.

No están de moda estas disquisiciones no inmediatistas, pero son necesarias para entender cómo influye nuestro fondo en nuestras formas. El estoico español haría todas las revoluciones si pudiese superar su escepticismo medular en los resultados. Pero no puede, porque su estoicismo es hijo directo de su propia historia, no siempre feliz. Es ya un gen de su estirpe. Cree en lo que cree y no se inventa otras creencias. Por eso sabe que saldremos de esta, ya hemos salido de otras peores que parecían no tener remedio. Este conocimiento de fondo -esencial, radical-, nos mantiene a salvo de la torpeza de nuestros políticos y nos libra de caer en la tentación de lapidarlos. Porque ya no los tomamos en serio, pero sabemos que, a su pesar, saldremos adelante. ¡Y esto sí que es puro y maravilloso estoicismo!