La corrupción perfecta

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

26 sep 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Lo descubrió ayer el periodista Carlos Segovia, y resulta que se nos había pasado a todos los demás: las infracciones, irregularidades, dinero negro y percepciones lícitas e ilícitas de los partidos políticos gozan de absoluta impunidad por una razón tan cutre como esta: cuando el Tribunal de Cuentas los fiscaliza, ha pasado tanto tiempo que los posibles delitos han prescrito. Lo dijo el presidente de esa institución, señor Álvarez de Miranda, en una explicación al Congreso de los Diputados. Estamos, pues, ante un nuevo escándalo o, para ser más exactos, ante una nueva versión del escándalo de las finanzas de los partidos: la impunidad facilitada por la lentitud y la ineficacia de las instituciones de control.

Resulta, efectivamente, que cuando el Tribunal de Cuentas se mete a examinar la contabilidad remitida, han pasado cuatro o cinco años. Cuando se llegue, por ejemplo, a examinar los datos de este año 2013, estaremos por lo menos en el 2017. Si los números de lo gastado no coinciden con lo percibido y si no están justificadas facturas ni ingresos, los administradores, tesoreros y dirigentes pueden dormir con toda tranquilidad: cuando tengan que aclararlo todo, pueden temer las repercusiones mediáticas, pero nadie les podrá exigir ninguna responsabilidad civil ni penal. Esto es Jauja. Y este es el panorama real cuando nos venden la Ley de Transparencia como el instrumento mágico para instaurar la limpieza y la claridad.

No hace falta decir que esto contrasta con la rapidez y eficacia con que actúan otras inspecciones. Si a usted se le olvida presentar su declaración de IVA de cualquier trimestre, cae sobre usted la reclamación inmediata con sus correspondientes intereses y posible sanción. Si se equivoca en unos céntimos en una suma en su declaración de la renta, le reclaman a la velocidad de la luz. La informática fiscal utilizada contra las personas y las empresas es de lo más moderno del mundo. Ah, pero cuando se trata de los partidos, ni hay prisas, ni hay exigencias, ni hay voluntad alguna de ser eficaces.

Bueno, voluntad sí. Eso dice el presidente del Tribunal de Cuentas. La voluntad, como la esperanza, es lo último que se pierde en política. Pero nadie le da medios a ese tribunal, no sea que vaya a desestabilizar el sagrado principio de la austeridad. Es preferible ahorrar por aquello del déficit que garantizar que los partidos cumplen la ley, no se quedan con el dinero de nadie, funcionan con escrúpulos éticos y son un ejemplo para el resto de la sociedad. Desde esa impunidad pasa lo que pasa: que hay todas las irregularidades del mundo, sobre todo en los partidos que gobiernan, y cuando nos enteramos todo está prescrito. Es la corrupción perfecta.