Titular es un arte. Uno de los más difíciles que hay. Los títulos a veces tardan en aparecer. Otras son las primeras palabras, el arranque que da sentido a todo. Sucede en todas las artes, por supuesto en el periodismo. Hay grandes novelas que han naufragado por recurrir a títulos absurdos. Y otras que han brillado mucho más de lo que debieran por su genialidad con el gancho del título. En las letras españoles dicen que hay artistas del título. Dicen que a Onetti le regalaron Cuando ya no importe. Las películas en España, por el drama del doblaje, cambian de título como de paso, sin rubor. Hay auténticas atrocidades. Sucede también con los libros. Pero en ocasiones quien salva los muebles es justo el que cambia el título. Menos mal que convencieron a Margaret Mitchell para que Lo que el viento se llevó no saliese al mercado como Pansy, nombre que quería usar para la heroína inmortal Scarlett. Con Pansy ¿adónde hubiese llegado? Otro tanto le pasó a Fitzgerald. Scott, el hombre más brillante, estaba a oscuras cuando pretendía que El gran Gatbsy se llamase Trimalchio en West Egg, menuda nadería para la novela que mejor cuenta cómo se puede ganar todo en la vida pero perder lo más importante. Titular, la clave de la bóveda.