16 sep 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Entre muchos catalanes se han ido imponiendo algunas convicciones que ellos mismos tenían por muy discutibles o improbables, pero que, poco a poco, se fueron convirtiendo en no cuestionables. Es la ley del simplismo palmario, que predican los independentistas y que acatan muchos más ciudadanos de los que sería deseable. Y así prosperan con enorme éxito sentencias peregrinas, como la que sostiene que «España es anticatalana» o que el «fascismo español» ataca la lengua y la identidad de Cataluña.

Tengo amigos catalanes, y algunos de ellos con hijos educados solo en catalán e inglés. El mercado principal de sus negocios está en España, pero no veo que esto les preocupe, porque alguien les ha dicho que, después, lo suyo seguirá igual. De hecho, algunos no ven más que ventajas en lo que, probablemente y en buena lógica, también tendría inconvenientes. Pero su reflexión ya no va de esto. Y rechazan todo argumento contrario con citas históricas -bien traídas al caso- de Platón, Kant, Lenin, Gandhi o Luther King, como si estos estuviesen pensando en Cataluña cuando las pronunciaron.

Estoy lejos de creer que esta vez no van en serio. Oriol Junqueras ya no necesita hablar para ser aclamado y subir en las encuestas. Le basta con repetir la palabra independencia, como un mantra, para que parezca que ha alcanzado su objetivo político. Sin embargo, no es así. Porque todas las simplezas juntas no pueden ocultar la complejidad política de la situación. Como tampoco sirven para convencer a nadie de lo «irremediablemente lejos» que los separatistas dicen estar ya de España.

Me parece innegable que hemos llegado a unas consecuencias previsibles cuando Felipe González y José María Aznar le pedían su apoyo a Jordi Pujol a cambio de dejarle hacer en Cataluña. De aquellas lluvias -y del buenismo de Zapatero- vienen estos lodos. El éxito de Junqueras ha sido reducir su discurso a la mitificación de la independencia, mientras el pobre Mas se abrasa en el Gobierno. El resultado no será la independencia, pero sí cesiones que los demás españoles no estamos seguros de querer suscribir. La pregunta correcta podría acabar siendo: ¿Quién se está cansando de quién?