Don Álvaro en Damasco

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

31 ago 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Fue César Antonio Molina quien se empeñó en que la biblioteca del Instituto Cervantes de Damasco llevara el nombre de Álvaro Cunqueiro. Era el año 2006, que parece lejano, el otro año del cometa que sobrevoló Alepo, tan del gusto de don Álvaro, que amaba los nombres de las ciudades, volando por el cielo en las páginas de un libro.

Hoy ya no existe el Cervantes de Damasco, huyeron las palabras cuando sonaron las alarmas que preceden a los obuses, y la biblioteca cerró sus puertas, como cuando una mañana escrita en las crónicas antiguas, Ibrahim Jalil Allalh, más conocido como Abraham, salió de Ur, una ciudad devastada como solía narrar Cunqueiro en sus largas y fabuladas conversaciones.

En el Amadís de Gaula, Tracia linda con Trebisonda y Ultramar y se llama Siria. Ultramar por entonces, cuando aún Colón no había descubierto las Indias Occidentales, era como se denominaba el fondo del Mediterráneo.

Hoy Siria, patria del sultán Saladino, se desangra. La guerra levantó allí sus campamentos de muerte, y Damasco es el ojo del huracán para Occidente, que ya ha comenzado a tocar la sinfonía fúnebre en los tambores bélicos.

Desempolvo la vieja pegatina que puse en mi solapa y en mi corazón cuando denunciamos la guerra de Irak, la de Aznar, Bush y Blair, que aseguraban que Irak era poseedor de un arsenal de armas de destrucción masiva. Fue una guerra sin plan B, después de destruir las ciudades iraquíes.

El peligro es que en Siria suceda lo mismo y la historia se repita. Lo cierto es el sufrimiento del pueblo, su dolor y su impotencia. Sufrimiento que puede verse incrementado si Occidente decide intervenir con su cirugía de misiles en contra del Gobierno de Bachar.

Y vuelvo a recordar el relato mínimo que escribí en estas páginas de un zapatero de Bagdad que recién casado abrió bien de mañana su pequeño taller para remendar babuchas y al oír un estruendo miró al cielo. Fue lo último que hizo en su vida porque del vientre de los bombarderos cayeron bombas que destruyeron el lugar donde ejercía su oficio. Nada les había hecho a los países que llevaron la muerte a la tierra donde había nacido.

Don Álvaro Cunqueiro contaría esta historia dando datos del color de la casa donde estaba establecida la zapatería, describiría la geografía de leznas y cuchillas, daría noticia del nombre de la calle y de quienes la habitaban. Yo solo quiero denunciar con un ejemplo los desastres de una guerra que se puede evitar. Mientras tanto, busco la pegatina que es un grito rojo con fondo negro. Pone sencillamente: no a la guerra.