Un mes para silbar

José Francisco Sánchez Sánchez
Paco Sánchez EN LA CUERDA FLOJA

OPINIÓN

03 ago 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Agosto me sabe y me huele a cerezas y melocotones, a bizcochos adornados con merengues, a moras, sopas de vino con azúcar y agua del pozo bebida a morro, a empanadas, a las rosquillas de anís y a las galletas de coco después de misa, a las latas de dulce de membrillo... Era tiempo de ortigas en las piernas, salitre en la boca y olor a hierba seca, de siestas que no quería dormir, de cazar saltamontes y grillos, de sumar rasguños en los brazos, cicatrices nuevas sobre las viejas e inyecciones contra el tétanos. Tiempo de tíos y de primos que llegaban desde todas las esquinas de la emigración, de encuentros, de risas, de fiestas y romerías, de bombas de palenque, de orquestas de cuatro músicos, de ropa nueva, de comidas largas y anchas como las de la viñeta que cierra los libros de Astérix, de resol en las eras, de despedidas.

Era un tiempo para silbar. Me gustaría volver a casa por las noches con las manos en los bolsillos y silbando, pero nunca lo consigo, acaso porque no sé silbar y soy de natural inquieto. Pero esa imagen de la despreocupación me atrae siempre por muy inaccesible que resulte a mi carácter.

De ahí que haya robado el título del delicioso libro Una temporada para silbar, donde Ivan Doig relata su infancia en Montana. La despreocupación, si les dejan, es una cosa de críos, que descansan sus fantasías en el cariño de sus padres y en sus cuidados.

Les deseo un agosto de niños, este año más que nunca. Y que vuelvan a casa con las manos en los bolsillos, silbando.

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