¿Por qué hay que invertir en ciencia?

Enrique Castellón y José María Mato TRIBUNA

OPINIÓN

12 jul 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Q uizá haya quien piense que los países más ricos pueden permitirse el lujo de invertir en ciencia, lo que explica la relación positiva entre PIB y gasto en I+D (investigación y desarrollo). Sin embargo, la triste realidad (para nosotros, de momento) es que la situación que se produce es justamente la contraria: riqueza y (buen) crecimiento son la consecuencia del valor conferido y los recursos dedicados al desarrollo científico y tecnológico.

Esta es una cuestión sobre la que debería reflexionar no solo el Gobierno, sino la sociedad en su conjunto.

En España no solo tenemos una de las menores proporciones de financiación total dedicada a la I+D entre los países de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos) como nos recuerdan año tras año, entre otros, los informes de COTEC (Fundación para la Innovación Tecnológica); también destacamos negativamente en la participación privada de esa financiación. Estamos por debajo del esfuerzo medio de los principales países de la OCDE en lo que se refiere al sector público y solo Polonia tiene una participación inferior del sector privado en la ejecución de I+D. Y la financiación privada sigue reduciéndose desde el año 2009?

¿Cuáles son las causas de esta lamentable situación?

En lo que al gasto público se refiere, no cabe duda de que invertir en ciencia compite en desventaja, especialmente en tiempos de crisis, con otras partidas de gasto, por la sencilla razón de que los retornos -en este caso políticos- no se mueven en el horizonte de corto plazo en el que suelen enmarcarse estas decisiones. En ocasiones los políticos se muestran expectantes, pero su ilusión se deflacta tan deprisa como se infla, porque las promesas de la tecnología no cristalizan de la noche a la mañana. Una doble paradoja envuelve esta circunstancia. La primera, que es precisamente en tiempo de crisis cuando hay que mirar a lo lejos para garantizar el futuro. Sin embargo, tampoco la sociedad lo reclama, a pesar del prestigio -segunda paradoja-que las encuestas otorgan a la ciencia y a los científicos.

Para la escasa participación privada normalmente se aduce la incertidumbre (y el riesgo subsiguiente) derivada de la falta de modelos de valoración para este tipo de proyectos. Se argumenta que la información disponible está asimétricamente repartida y no se presta a la evaluación contable y financiera estándar. Esta percepción, incluso en lo que pudiera tener de cierto, no es compatible con el hecho objetivo de la abundancia de inversión privada en países con los que nos podemos comparar en cualificaciones científicas. ¿Somos los más listos de la clase? No lo parece. Hay maneras e instrumentos para gestionar la «incertidumbre» tecnológica. Quizá sea más bien la ausencia de ejemplos a imitar lo que está teniendo un impacto negativo.

Pensamos que la falta de interés de nuestra sociedad tiene unas raíces profundas. Nosotros no vivimos la pasión por los descubrimientos que se vivió en Inglaterra (sobre todo), pero también en los EE.UU. y en Centroeuropa a finales del XVIII y primera mitad del XIX y que retrata el historiador Richard Holmes en su fascinante ensayo La Edad de los Prodigios. Si acaso, recibimos ecos débiles de aquellas décadas de espectacular progreso del conocimiento. Los autores de este artículo vemos una conexión, a pesar de la lejanía, entre nuestro retraso científico en tiempos de la generación romántica y la reticencia hoy de un analista financiero o un inversor español a valorar -solo valorar- la posibilidad de invertir en ciencia.

Invertir en ciencia y en empresas tecnológicas es aprovechar el inagotable conocimiento que produce el país y evitar que se pierda con toda probabilidad. Está más que demostrado, además, que las innovaciones radicales llegan al mercado de la mano de nuevas y pequeñas empresas (las grandes innovan incrementalmente). Estas empresas constituyen el motor más eficiente para la creación de empleo y crecimiento a largo plazo. De hecho, han generado prácticamente la totalidad del empleo en los Estados Unidos a lo largo de los últimos veinte años.

Finalmente, cuando se invierte en ciencia no se hace en tal o cual proyecto o empresa, sino en un círculo «virtuoso» en el que se desborda conocimiento útil en muchos aspectos a la sociedad, se generan iniciativas en progresión geométrica y se produce un contagio enriquecedor.

Algunas personas e instituciones, unidas por su talante innovador y la admiración por el conocimiento científico aportan recursos para intentar apuntalar un cambio de tendencia. No hay masa crítica todavía, pero el esfuerzo debe continuar porque nuestra sociedad no puede quedarse atrás.

Enrique Castellón es presidente de CRB Inverbio y José María Mato es Premio Nacional de Investigación Médica