Comenzaré hoy con una afirmación que quizá a bastantes lectores les parezca, a bote pronto, sorprendente: no es verdad que en España jamás dimite nadie. En realidad, la diferencia entre el comportamiento de los españoles que, por alguna razón, se encuentran en una situación en la que la única salida es dimitir y el que tienen no pocos de nuestros vecinos (ingleses o alemanes, por ejemplo) es que mientras que estos renuncian limpiamente, en cuanto la obligación de marcharse queda clara, aquí se remolonea en el puesto, tratando por todos los medios de aguantar el chaparrón, hasta que, tras mil destrozos, ya no queda otra que irse a casa. Para decirlo claro y pronto: en España también se dimite, pero se hace tarde, mal y a rastras, lo que elimina los efectos benéficos que de la dimisión deben derivarse.
Augusto César Lendoiro, presidente del Deportivo de A Coruña, lleva meses atornillado a la silla, con una cara dura insuperable, tratando de zafarse de lo que todo el mundo sabe inevitable: pagar con su dimisión una gestión económicamente desastrosa, que ha puesto a uno de los clubes de fútbol más importantes de España al borde de la desaparición. De hecho, sería suficiente con que el Ministerio de Hacienda hiciese con el Dépor lo que, por una deuda infinitamente menor (148.000 euros), acaba de hacer con el restaurante madrileño del cocinero Sergi Arola (precintárselo) para que Lendoiro culminase su cadena de disparates con una traca final tan funesta para el Dépor como para él mismo.
Lendoiro tiene que marcharse. Tiene que hacerlo ya. Y tiene que hacerlo no solo porque esa es la forma en que en las sociedades civilizadas se asumen las responsabilidades por una gestión irresponsable, sectaria, caciquil o catastrófica -la de Lendoiro ha sido todo eso al mismo tiempo-, sino porque solo una persona carente del más mínimo sentido de la realidad y del más elemental equilibrio personal podría pretender ser al mismo tiempo el enterrador económico de un club y el ave fénix de su renacimiento. Y ello por una sencillísima razón: porque los acreedores que han de soportar una quita -que en el caso de la de la Agencia Tributaria somos todos los españoles- no soportarán negociar sus pérdidas con el mismo sujeto que, comportándose como un auténtico pachá, les (nos) ha causado un gravísimo perjuicio.
Si Lendoiro tuviera un mínimo de vergüenza, cosa de la que carece en absoluto, hace tiempo que hubiese pedido disculpas, hubiese expuesto las cuentas del club a control público y hubiera hecho mutis por el foro. Ha decidido aguantar, aunque, como tantos antes que él, terminará por dimitir. Eso sí, después de haberle hecho un inconmensurable daño al Dépor y a sus acreedores, a los socios y a la afición. Eso, y solo eso, quedará, al final, de su fatídica gestión.