La verdad y la mentira en el caso Snowden

Gonzalo Bareño Canosa
Gonzalo Bareño A CONTRACORRIENTE

OPINIÓN

25 jun 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Edward Snowden, el exagente de la CIA que denunció el espionaje indiscriminado sobre las comunicaciones privadas que los Gobiernos de Estados Unidos y Gran Bretaña practican a escala planetaria, es hoy el hombre más buscado del mundo. No solo por quienes quieren encerrarlo entre rejas, sino también por los medios de comunicación, que pretenden presentarlo como un nuevo Julien Assange, el fundador de Wikileaks. El mediático Assange es el primero que trata de asimilar su caso al de este huidizo técnico. Pero basta analizar los dos episodios para comprobar que, lejos de ser asimilables, los comportamientos de Assange y de Snowden son opuestos. Y que las responsabilidades de los Gobiernos denunciados son muy distintas,

Si bien es cierto que Wikileaks difundió alguna información relevante sobre presuntos comportamientos irregulares de determinados poderes, la inmensa mayoría de los papeles que hizo públicos Assange sin filtro alguno son puro cotilleo diplomático cuya publicación es una irresponsabilidad que ha resultado enormemente dañina para las relaciones y la seguridad internacionales. Tanto él como el soldado Bradley Manning, que pirateó esa información del Gobierno al que servía y se la entregó a Wikileaks sin dar la cara, cometieron delitos por los que tendrán que responder en un juicio que debe ser justo, más allá de sus buenas o malas intenciones.

El caso de Snowden es muy distinto. Lo que ha hecho este analista es denunciar gravísimos delitos presuntamente cometidos por sus superiores, aunque resulte obvio que no por los cauces reglamentarios. Entre otras cosas, porque, de haberlo hecho así probablemente estaría ya en la cárcel o desaparecido para siempre. El estadounidense Barack Obama y el británico David Cameron no pueden limitarse a acusar de traidor a Snowden y ordenar su caza y captura. Deben responder por algo que supone, además, una deslealtad hacia países de los que son socios. Asusta pensar cuál habría sido la reacción internacional si, en lugar de Obama, el responsable de este gran escándalo fuera Bush.

Snowden haría bien es desoír los consejos de Assange y marcar distancias con él. De entrada, tiene ya el grave problema de haber escogido muy malos compañeros de viaje. Recibir apoyo de China y de Rusia, enemigos acérrimos de la libertad en las redes de comunicaciones, o del ecuatoriano Correa, fustigador implacable de la prensa crítica, es el mejor pasaporte para perder toda credibilidad como defensor de los derechos humanos. Y también es paradójico que, siguiendo el consejo de Assange, Snowden quiera como abogado al exjuez español Baltasar Garzón, que ha sido expulsado de la carrera precisamente por haber ordenado espiar de manera ilícita las conversaciones entre unos acusados y sus abogados. No parece que sea ese el mejor aval para defender el derecho a no ser espiados desde el poder.