El problema es que fueron de guais desde que tienen uso de razón; algunos solo han vivido de la política, han hecho de la representación su profesión y ahora forman parte del sistema que no quiere la mayoría social en el muy clientelar y endeudado sur de Europa. Que esto está planteado así lo sabemos desde que Syriza mejoró sus resultados en la repetición de las elecciones griegas del 2012 proponiendo el caos. Ese fue el aprendizaje, pero la generalidad de los líderes mediáticos, sobre todo del lado izquierdo, miraron para otro lado. Luego votó Italia y fracasó la coalición de Bersani, cuyo partido se entiende ahora con el de Berlusconi, y algunos abrieron los ojos, otros no. La generalidad de estos líderes se han dado de bruces con la realidad hace semanas, días u horas: Ada Colau, por ejemplo, es más atractiva para la mayoría social, las audiencias y los anunciantes que el más carismático de los líderes del lado izquierdo. Descubren ahora que sumar con el PSOE no vende y vienen de nuevas al espacio de ruptura a decirnos cómo se llaman las cosas o cómo hay que organizarlas.
El líder mediático se explica a sí mismo, no a los que representa, y lo quiere todo: unas primarias con las urnas en las calles, pero un cuarto oscuro donde arreglar todo por cuotas, donde pactar la parte que le corresponde a sus cortesanos con independencia de esa transversalidad de diseño que exhiben. Se sienten la explicación primera y última del éxito electoral de la organización para la que trabajan, y caen en el esperpento, porque les falta conocimiento y humildad.
Escribimos en estas páginas, pero también trabajamos para cualquier organización que concurra a unas elecciones y necesite orientación estratégica desde hace más de 30 años, y hemos conocido líderes de todos los colores tratando de explicarnos cómo son las cosas, cuando no son más que una parte, ahora prescindible, de la oferta electoral, y esta, un producto determinado en una contienda. No son conscientes de que su percepción del problema se limita a sus intereses particulares; no se han enterado de que estamos inmersos en un proceso revolucionario que ha prescindido de los líderes políticos preexistentes, de ellos mismos, situados en sus viejas organizaciones como parte del problema y no de las soluciones. Quizá merezcan aprecio los disidentes de esas organizaciones del siglo XX que además estén dispuestos a escuchar, a aprender y a no marear, aunque veremos pocos: son demasiado arrogantes y se hundirán con sus cortesanos y partidos convencidos de que la política no se entendería sin ellos. En una contienda electoral no pintan nada al lado de Ada Colau o de cualquier nuevo líder ciudadano; estos han hecho viejas todas las siglas y esperpentos de los líderes mediáticos.