Elogio del bar

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

01 jun 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Acaso el más bello nombre de un bar era el de una taberna ya desaparecida de mi pueblo, Viveiro, que se llamaba O suave bidueiro. Junto, al lado, de una de las puertas de la antigua muralla donde antaño llegaban las vendedoras de leche de las aldeas cercanas para ofrecer sus cántaros en el mercado diario de Porta da Vila.

Aquel bar, y las otras docenas de locales similares, acortaban la noche, alargaban los días y hacían más confortables los largos y lluviosos inviernos.

A modo de introducción, este nostálgico texto me da pie para saludar la excelente campaña de Coca-Cola, Benditos bares, que reivindica la vigencia de tan entrañables establecimientos, seña de identidad de una manera, la nuestra, de entender la vida. Los bares son la prolongación de nuestros hogares, el más democrático de los puntos de encuentro, la cita a ciegas de cada tarde, el ágora deportiva de las mañanas de los lunes, el particular país de las maravillas donde cada noche brotan el afecto, la camaradería y la amistad. En España hay censados trescientos cincuenta mil bares, y en los últimos cuatro años han cerrado cincuenta mil. El último año han facturado un 22 % menos que en el 2011.

El anuncio asegura que el bar es la mayor red social, y que cuando un bar se cierra se pierden para siempre cien canciones y se desvanecen mil te quieros. Estoy completamente de acuerdo, y más aún con la frase que cierra la campaña que concluye con un firme «somos de los bares».

Somos de las tabernas, de los chigres, de las bodegas y bodegones, cantinas y mesones, furanchos y pulperías, de las cavas y vinotecas, de las tascas y los mesones, de mis amados cafés donde habita la tertulia, donde se reinventa la palabra y se alimenta la conspiración mientras un joven poeta enamorado subraya estrofas en la vieja mesa de mármol.

Salvemos nuestros bares, todos los bares, preservemos nuestro estilo de vida, cantemos en otoño canciones envueltas en melancolía mientras el neón de la fachada se refleja en el charco perenne de la plaza en invierno.

Recordemos los viejos lugares donde fuimos felices, el Tortoni o la Biela de Buenos Aires, el viejo bar Odeón de Zúrich con el fantasma de Lenin diseñando la revolución en una de sus mesas, el Boadas de Barcelona, o el Harris Bar de Venecia, el Galicia o La mezquita de A Coruña, el Florián, el Cock o Del Diego de Madrid, el Derby de Compostela, el delicioso bar de la ópera de Estocolmo lleno de acordes y de arias que se quedaron junto a la barra a vivir para siempre.

Elogio del bar, subrayado en aquella canción de hace casi tres décadas en la que Gabinete Caligari apoyaba la vieja tesis entonando: «Bares, qué lugares tan gratos para conversar, no hay como el calor del amor en un bar»? Benditos bares.