Definitivamente, Mariano Rajoy no vive en España. Creíamos que residía en la Moncloa, que leía los periódicos todas las mañanas y que veía los telediarios. Pero no. Ni la Moncloa, ni periódicos, ni gaitas. Mariano mora en el reino de los cielos, feliz y contento porque España va como un cohete.
El presidente acaba de decirle a Europa que hemos reducido la pobreza. Poco, pero reducido. Y eso no solo demuestra que tenemos un presidente con un sentido del humor que ya hubiera querido Gila para sí, sino que confunde pobreza con flan de nata. Que es lo más habitual entre la clase política.
Solo con que Rajoy viese la tele sabría que tres millones de vecinos están en pobreza extrema, que diez millones viven en pobreza relativa, que las colas de la sopa de beneficencia son interminables, que los servicios sociales no dan abasto, que hay miles de niños que no pueden hacer tres comidas y que ha dicho la Unesco, no yo, que España está alcanzado un grado de pobreza preocupante. Pero Rajoy está convencido de que «nadamos en la ambulancia», que dicen que decía aquel entrañable presidente compostelano. Y no le falta razón. Nadamos en la ambulancia. La que nos lleva camino de la uvi y, seguramente, también camino del cementerio.