Y a estoy viendo a los enfervorizados seguidores de la tonadillera recorriendo los platós de televisión. Si condenaron a Isabel, que reciban el mismo trato Cristina y Ana. Ya los estoy viendo haciendo comparaciones odiosas que a nada bueno conducen. Isabel era conocedora de la procedencia del dinero que manejaba su novio y se benefició de ello. Cristina y Ana desconocían, las pobres, la procedencia de las fortunas de sus maridos, porque creían que las mismas cigüeñas que traen a los niños de París dejaban, aprovechando el viaje, un Jaguar en el garaje y un chalé en Pedralbes.
Esa es la diferencia. Que, según la sentencia, la tonadillera sabía lo que ocurría de puertas adentro de su casa, mientras que Ana y Cristina estaban inocentes. Ellas desconocían a lo que se dedicaban sus parejas y si había que cambiarse a un palacete o subirse en un descapotable, pues no se planteaban otra posibilidad que la de que hubieran caído del cielo. Esa es la gran diferencia.
Bueno, esa y que la tonadillera no tuvo a la Casa Real, a la Fiscalía, a los padres de la Constitución, a los partidos conformistas, a la derecha mediática, al Gobierno, a la banda de música de Benidorm y al coro pamplonés tratando de convencernos de su inocencia. Eso es lo que no tuvo Isabel.