Leer la prensa

Pablo Mosquera
Pablo Mosquera EN ROMÁN PALADINO

OPINIÓN

08 abr 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Algunos son perezosos, otros viven sin la necesidad de saber lo que pasa, pero hay una clase social que tiene la costumbre de leer la prensa, la de papel o la de Internet. Estos últimos, entre los que me encuentro, sufrimos una enfermedad que anunció Ortega. El malestar de la cultura, en su doble faceta; nos duele y nos repugna el estado de los acontecimientos; nos crea un terrible desasosiego comprobar que no hay noticias buenas, todas son a cual peor, en una escalada que muestra la decadencia de nuestra civilización.

La peor noticia es la que impregna nuestro ánimo con tres mensajes, directos y subliminales: corrupción extendida a modo de subcultura; desigualdad manifiesta entre una minoría pudiente y descarada frente a los súbditos-ciudadanos a los que se les aplican reformas y recortes del mercado; falta de esperanza en que alguien, por las buenas, sea capaz de cambiar el rumbo de las relaciones entre los que mandan y los que son mandados.

Decía Julián Marías que la postura del ciudadano culto y decente debía ser no tanto quejarse como predicar con la iniciativa personal. Lo malo es que tenemos la sensación de vivir en medio de una galerna, que cada día es peor, donde nos mienten sobre presente y futuro, con la dolorosa sensación de estar solos, al pairo de los acontecimientos que marcan las clases dirigentes.

Las buenas noticias ni están ni se las espera. Y soy un afortunado que vivo en un concello en el que nuestro alcalde, contra lo que viene siendo tónica habitual, es austero, acaba de lograr la adecuación de la infraestructura sanitaria y estamos a punto de disfrutar de un centro para la tercera edad, en una zona muy envejecida. Ambas inversiones son poco glamurosas para la política al uso, pero muestran sensatez y conexión con la verdad del pueblo.

Al lado, la lista de los defraudadores crónicos, poderosos, presumidos, capaces para influir, más allá del voto personal, en las decisiones del poder. Curiosamente, tal lista de hábiles inversores coincide con la apertura de la campaña para la declaración de la renta y con las cifras de paro y pobreza que, mes tras mes, se mantienen tan estables como a buen recaudo están los dineros de los antes dichos.

Mientras, vascos y catalanes hacen chantaje al Estado. Venden que fuera de España se está mejor que dentro. No nos engañemos: si se les da trato de favor, puede que aparquen sus soflamas independentistas.