Discursos del rescate

Carlos G. Reigosa
Carlos G. Reigosa QUERIDO MUNDO

OPINIÓN

21 mar 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Hace casi un año, el diario alemán Die Welt hablaba con extrañeza del «empeño de España en no dejarse rescatar». Se refería entonces al rescate financiero que al fin hubo, cuando ya aquí había quien, sin distinguir, tiraba las patas por delante pidiendo -con singular apremio- un rescate total, como los de Irlanda o Portugal. ¿Qué dicen ahora las voces ligeras y precipitadas de entonces? Nada. Porque la verdad es que hoy estamos satisfechos de no haber sido rescatados del todo, convencidos de que el precio del rescate es una obediencia extrema y dudosamente estimulante. Algunos -no todos- ya han felicitado a Rajoy por aquella resistencia casi numantina, y yo me sumo ahora, sabedor de que los rescatadores te rescatan sin piedad y sin respeto.

También hace casi un año, el prestigioso nobel de Economía Paul Krugman, que parece haber perdido puntería con sus vaticinios sobre el final del euro, decía que «los bancos españoles sí que necesitaban un rescate, porque España estaba claramente al borde de un bucle de desgracias». Pero no lo consideraba suficiente sin unas medidas paralelas que apoyasen la creación de empleo y el crecimiento económico. La realidad es que esta fórmula -que él defiende también para Estados Unidos- no cuenta en la UE con el apoyo de Alemania, que prefiere cuadrar las cuentas antes de adoptar medidas expansivas o inflacionistas. Y si lo dice Alemania, lo dice Bruselas.

Jugamos en un campo muy complejo que nos hace echar en falta los tiempos de la peseta, cuando una devaluación lo arreglaba casi todo y uno seguía cobrando el mismo sueldo, aunque no mantuviese su poder adquisitivo. La creación del euro fue un gran paso en la construcción europea, pero lamentablemente no fue acompañada de otras decisiones que debieran llevar el proceso económico hacia la constitución de los Estados Unidos de Europa. Quedarse a medio camino fue una mala opción para afrontar una crisis como esta, que nos cogió en Jauja, o en Babia, con el mundo cambiado. Y el despertar fue amargo.