Origen del cónclave

Francisco Vázquez TRIBUNA

OPINIÓN

07 mar 2013 . Actualizado a las 14:10 h.

El término cónclave hace alusión a la situación de enclaustramiento a que se someten los cardenales durante todo el tiempo que duren sus deliberaciones y votaciones hasta que por fin elijan un nuevo papa. Su etimología deriva de dos términos latinos, cum y clavis, que significan «bajo llave», circunstancia real en la que se encuentran los cardenales desde el inicio del cónclave, ya que permanecen encerrados sin posibilidad alguna de contacto con el mundo exterior.

La historia nos cuenta que en 1268, a la muerte del pontífice Clemente IV, los cardenales se reunieron en la hermosa ciudad de Viterbo, lugar de veraneo de los papas, que escapaban del calor asfixiante del agosto romano, el llamado ferragosto, agosto de hierro.

Pasaron dos años y como todavía sus eminencias no habían logrado acuerdo, las autoridades y el pueblo de Viterbo comenzaron a impacientarse y procedieron a encerrarlos con llave y a tapiar ventanas y balcones. Como aún así los encerrados persistían en su desacuerdo, los ya enfadados vecinos de Viterbo les restringieron los alimentos para, pasado un tiempo, someterlos finalmente a una rigurosa dieta de pan y agua. Ni el forzado ayuno fue capaz de suscitar el consenso entre los enclaustrados, por lo que el pueblo, sin más ambages, procedió a desmontar tejados y techumbres, dejando a los electores a la intemperie y sometidos a las inclemencias del tiempo.

Esta última decisión resultó la acertada, porque casi de inmediato fue elegido Gregorio X, tres años después de iniciado el que se considera el primer cónclave, por la circunstancia de su encerramiento.

El aislamiento forzoso busca evitar que los cardenales sufran cualquier presión o coacción proveniente del exterior, como acaecía en los tiempos ya pasados en que emperadores y reyes intentaban imponer a sus propios candidatos. En la actualidad la clausura forzosa mantiene a los electores libres de la presión ejercida por los medios de comunicación o la opinión pública, que ensalzan o descalifican a posibles candidatos sobre la base de argumentos y consideraciones que muy pocas veces tienen algo que ver con los requisitos y virtudes espirituales que debe reunir un papa.

Hasta hace relativamente poco tiempo se mantuvo en vigor un privilegio, el llamado derecho de exclusiva, que consistía en la prerrogativa del emperador de Austria y del rey de España de poder vetar la candidatura de un cardenal determinado, generalmente uno de los favoritos, al que se consideraba contrario a los intereses del propio país.

La última vez que se ejerció fue en 1903, prácticamente antes de ayer, con ocasión del cónclave reunido al fallecimiento de León XIII. El marido de la archifamosa Sissi, el emperador Francisco José, vetó al gran favorito, el secretario de Estado cardenal Rampolla, por considerarlo francófilo. El veto imperial ocasionó la inesperada elección de quien sería san Pío X, quien, conmocionado por lo sucedido, procedió, como primer acto de su pontificado, a anular el veto real, condenando a la pena de excomunión a quien osara presentarlo en un futuro cónclave.