Sobre mantas y agua

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

20 feb 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

La actriz Candela Peña se ha convertido en la protagonista de una gala de los Goya que, como por desgracia para el cine español viene siendo habitual, ha generado más noticias por los minimítines que sueltan los premiados que por lo que cabría esperar de un acto de ese tipo, según acontece, por ejemplo, en Estados Unidos, Francia, Italia o Alemania.

La cosa se da ya generalmente por sabida: salvo la llamativa ausencia, mantenida apenas sin excepciones, de solidaridad con las víctimas de ETA (que sigue siendo la única indignación proscrita hoy en España, según acaba de denunciarlo con su habitual valentía Fernando Savater), los premiados en los Goya salen al escenario dispuestos a desvelar todo tipo de injusticias, aunque haya que reconocer que el tono de sus críticas varía de forma sustancial en función del signo político de quien gobierne en el momento. Pero, sea: el derecho al sectarismo no puede negársele a nadie, se ejerza ese derecho de forma individual o colectiva.

Candela Peña dijo, al recoger su premio, lo siguiente: «En estos tres años he visto morir a mi padre en un hospital público donde no había mantas para taparlo y le teníamos que llevar el agua».

Como no soy de natural desconfiado y me cuesta creer que alguien pueda mentir sobre un asunto tan íntimo y tan grave, doy por ciertas las palabras de la actriz y supongo que, por alguna extraña razón que no alcanzo a adivinar, sufrió su padre el trato inadmisible que ella ha revelado aprovechando la excepcional tribuna que le brinda la entrega de los Goya. Me extraña, sí, que no presentara reclamación alguna en su momento quien ahora está tan indignada como para elevar su caso personal a categoría, sabiendo que ello supone denigrar de una forma profundamente injusta un sistema sanitario que no merece ese maltrato.

Porque esa es la cuestión. Que las palabras de Candela Peña, sea cual fuera su intención al pronunciarlas, inducen a pensar que nuestros hospitales son los de un país del Tercer Mundo, lo que constituye una absoluta falsedad que agravia el magnífico trabajo del personal hospitalario, desmiente los avances impresionantes que se han producido en ese campo desde hace medio siglo y niega la evidencia apabullante de que, pese a errores, insuficiencias y problemas, las personas que hoy viven en España (y nótese bien que digo las personas que viven en España y no los españoles) disfrutan de una sanidad pública que está, como es universalmente reconocido, entre las mejores del planeta.

¿Qué hemos de hacer para conservarla en lo esencial? Esa es, sin duda, una de las grandes cuestiones del futuro de nuestro sistema de salud. Una cuestión que no se resuelve desde luego echando basura sobre él, por mucha que pueda ser la rabia que quien la vierte, con razón o sin ella, tenga acumulada.