El papa da ejemplo también a la Iglesia

Gonzalo Bareño Canosa
Gonzalo Bareño A CONTRACORRIENTE

OPINIÓN

12 feb 2013 . Actualizado a las 10:48 h.

La renuncia del papa Benedicto XVI a continuar con su pontificado es una noticia que, se quiera o no, afecta a toda la humanidad. La enorme dimensión de la Iglesia católica, la influencia de sus mensajes y su implantación en mayor o menor medida en los cinco continentes hacen que un acontecimiento como este trascienda con mucho el ámbito de quienes profesan la fe católica. De entrada, la decisión de Joseph Ratzinger es un ejemplo de honestidad que engrandece su figura más allá de las luces y sombras que puedan existir en su biografía personal y en su labor papal. Y ese gesto de renuncia resulta mucho más trascendente y significativo si se tiene en cuenta que ha habido que esperar 600 años para que un papa hiciera algo así. Que un hombre con el inmenso poder y responsabilidad que acumula Ratzinger admita que su debilidad física e intelectual lo incapacitan para seguir ejerciendo su labor es algo que convierte su decisión en una referencia moral de la que deberán tomar ejemplo a partir de ahora todos aquellos que se aferran a sus cargos sabiendo que no están en condiciones de desempeñarlos. Algo, por cierto, que no tiene nada que ver con la edad, pues a la que tiene el papa es perfectamente posible conservar la lucidez mental y la energía necesarias para ejercer cualquier labor de liderazgo.

Pero la decisión personal de Benedicto XVI, que rompe con una tradición de seis siglos, debe servir también de ejemplo a la propia Iglesia católica para comprender que no puede permanecer impasible ante los cambios que experimenta el mundo y que el respeto a la tradición no debe ser excusa para impedir la evolución. La Iglesia católica debe dejar, por ejemplo, de centrar la mayoría de sus mensajes en todo aquello que tiene que ver con la sexualidad. Algo, por cierto, en lo que no ha destacado precisamente Ratzinger, guardián de la máxima ortodoxia en este campo.

Seguir marginando a los homosexuales o insistir en negar la posibilidad de utilizar preservativos ni siquiera para prevenir el sida solo sirve para que la extraordinaria labor de ayuda humanitaria que realiza la Iglesia en todo el mundo o la valentía con la que se han pronunciado los dos últimos papas en contra de todas las guerras queden ensombrecidas por las críticas a la intolerancia represiva en materia de sexo. Resulta ineludible también que el sucesor de Benedicto XVI vaya mucho más allá de lo que ha ido Ratzinger en la denuncia y la sanción de los abusos sexuales cometidos en el seno de la propia Iglesia.

Con su gesto extraordinario, el primer papa tuitero deja claro que todo es susceptible de cambio. Pasa a la historia como un modernizador, por más que haya sido acusado reiteradamente de reaccionario. Y sitúa a todo el catolicismo ante el reto de evolucionar para centrarse en la labor de solidaridad y ayuda al prójimo que contiene el mensaje de Jesús y de respetar más la libertad individual de las personas.