Las dimensiones del fracaso de Mas se hacen más palpables a medida que pasan las horas desde el cierre de las urnas. No solo perdió votos y escaños, sino que los beneficiarios de su retroceso fueron sus principales rivales y, aunque CiU sigue siendo la fuerza más votada, el nuevo Gobierno lo tendrá mucho más difícil que el actual.
Todo está peor que antes de que Mas y quienes inspiraron o le acompañaron en su órdago se lanzaran por la pendiente de la convocatoria electoral. Levantar la bandera del independentismo solo les sirvió para que se quedara con ella Esquerra y para que la opción soberanista tenga ahora menos apoyo en la cámara. Gastarse el dinero de todos en las elecciones solo les sirvió para que gobernar les resulte mucho más complicado.
Han perdido el liderazgo de la opción soberanista, imposibilitado el pacto con un PSC que comparte fracaso, consolidado a Ciutadans, y propiciado la entrada de CUP en el Parlamento.
Tratar de ocultar el debate sobre la crisis tras la bandera del derecho a decidir y bajo el disfraz de mesías no solo ha puesto fecha de caducidad a la carrera política de Artur Mas, sino que puede abrir una crisis de graves consecuencias. Apoyarse en ERC para gobernar pondría viento en las velas de un independentismo del que Esquerra llevaría el timón, al tiempo que empezaría -de hecho ha empezado ya- a exigir rectificaciones en la senda de los recortes. Lo primero agrandaría la brecha con Unió y lo segundo convertiría la próxima visita de Mas a la Moncloa en paso por horcas caudinas.
Todo un amargo camino para Mas, que descarta dimitir. Por ahora.