La magia del liderazgo democrático

OPINIÓN

12 nov 2012 . Actualizado a las 07:00 h.

El triunfo de Barack Obama ha sido resultado de una trabajada estrategia. A la mitad de la legislatura dio un giro cuando comprobó que caía peligrosamente su alta popularidad. La economía adquiría un protagonismo que la reforma sanitaria, impulsada a trancas y barrancas, no podía relegar. El presidente no fue un iluminado irrealista en su política, sino un pragmático. La ayuda económica a las grandes compañías del automóvil ha sido decisiva para su victoria en Ohio, uno de los estados dudosos. Después de su derrota en el primer debate televisivo, mostró un perfil agresivo. De no conseguir la reelección se habría hundido su imagen en la historia, como el gran fracaso, no solo personal sino colectivo, de la ilusión levantada hace cuatro años. El riesgo existió, atestiguado por el avance de su rival a pesar de un menguado carisma, de sus cambios de posicionamiento y de actitudes hostiles a segmentos importantes del melting pot que es la sociedad estadounidense.

La pérdida de votos populares, no obstante la confortable cifra de los que cuentan para la elección presidencial, y el elevado número de los conseguidos por Romney, confirman que no existía euforia por la gestión del presidente. Obama se dedicó a asegurar los tradicional y potencialmente «suyos». La minoría latina, la más creciente, pudo perdonarle que no hubiese cumplido el programa electoral, pero ha confiado en él. La alternativa del potentado americano les resultaba mucho más lejana que la encarnada por la biografía del presidente. Y no digamos para la afroamericana. Entre las mujeres y los jóvenes ha encontrado mayor empatía. La magia de un liderazgo atribuido en su inicio ayudó al respaldo que le dieron. El huracán de los últimos días de campaña le permitió apuntalarlo. No debía romperse el nuevo «camelot kennediano», por discutible que fuera su balance. Había que agarrarse a una esperanza. En el voto menos comprometido pesó la seguridad de lo conocido. Una nueva oportunidad para un presidente curtido por la dura experiencia de la realidad que no se deja aprehender por las palabras.

Y, sin embargo, el discurso forma parte de la magia que, en buena medida, ha salvado a Barack Obama. No importa quién sea el Cyrano. Lo decisivo es que se transmita autenticidad. La ha vuelto a intentar con la expresión «lo mejor viene ahora», más contenida que el triunfal «sí, podemos» de la primera victoria. El perfil que presenta viene marcado por aciertos, fracasos, promesas incumplidas y pronunciamientos tácticos, en el que parece que no se ha desvanecido la inspiración de los comienzos. Su pretendida timidez o elitismo intelectual o dubitación no le han impedido adoptar la audaz decisión sobre Bin Laden. A través de las palabras y de gestos ha procurado la cercanía con los ciudadanos. Quedan cuatro años de gobierno difícil, con un Senado demócrata y una Cámara republicana. Es parte del equilibrio de la democracia americana, donde no hay hueco para el mesianismo.