El Nobel de la Paz no debería ser otorgado a quien se limita a vivir en paz, sino a quien hace lo posible para erradicar la violencia política y económica que asola al mundo, o a quien trabaja por una paz que no excluya a nadie ni tenga destinos privilegiados. Por eso cabe preguntarse si el galardón concedido ayer a la UE por el comité noruego del Nobel envía señales correctas y positivas hacia la comunidad internacional, o es un premio dirigido al ombligo de una Europa que últimamente no anda muy acertada en su compromiso con la paz.
Si miramos hacia dentro, y valoramos la UE por los objetivos fundacionales recogidos en el Tratado de Roma, el proyecto europeo es una apuesta decidida contra la terrorífica historia militar del Viejo Continente, que, hasta que la Segunda Guerra Mundial lo puso al borde de la extinción, utilizó todos los tipos de guerra y violencia -invasiones, cruzadas y guerras de religión, racismo y xenofobia, nacionalismos, aceifas, guerras civiles y revoluciones sociales- para dirimir sus conflictos y diferencias, hasta convertir sus terribles ciclos de muerte y desolación en el principal impulso de su historia. Los fundadores de la UE eran conscientes de que nuestra capacidad de masacrarnos estaba agotada, y por eso crearon la CEE bajo el signo de la paz, la solidaridad, la apertura comercial y las relaciones internacionales pacíficas y cooperativas.
Pero esto sucedió hace cerca de setenta años, y solo relata un esfuerzo exitoso del que somos los principales beneficiarios. Por eso es difícil creer que el Premio Nobel de la Paz que ayer se le otorgó a la Unión Europea tenga su explicación y su propósito ejemplarizador en este proceso que nos puso a la cabeza de la libertad, del bienestar y de la riqueza del mundo, en vez de estar referido al papel que ahora jugamos, a modo de gran potencia, en la creación de paz y bienestar para los demás. Y es esta segunda perspectiva la que me hace temer que el Nobel de la Paz 2012 no haya tenido el más oportuno de los destinos, ni sirva para transmitir el mensaje que el mundo necesita.
Porque es evidente que la intervención de Europa en los últimos conflictos -Afganistán, Irak, Kosovo y Libia- fue vicaria del militarismo americano y de su obscena adoración por la economía bélica, y que esa es la misma pauta que determina nuestra actitud ante los conflictos palestino-israelí, iraní y sirio, y ante los movimientos contradictorios que se extienden por el Magreb y el centro de África. Lamentando mucho decirlo, creo que la política exterior de la UE no es merecedora del Nobel de la Paz 2012, ni por el uso que hacemos de la fuerza militar y de la guerra, ni por la orientación que, al socaire de la crisis, están tomando las relaciones comerciales y de cooperación. Por eso creo que es un galardón que pilló a la UE mirándose al ombligo.