La extinción de la trucha

Javier Saavedra TRIBUNA

OPINIÓN

14 sep 2012 . Actualizado a las 07:00 h.

El pasado 5 de septiembre, este periódico se hizo eco de un estudio realizado por la Universidad Complutense de Madrid en el que se llega a la conclusión de que en el año 2100 se extinguirán definitivamente las truchas en toda la península ibérica. Según se deduce, el calentamiento global será el causante de que la temperatura del agua de nuestros ríos aumente hasta extremos letales para unos peces como las truchas, que necesitan de aguas frías y cristalinas, como aquellas que hasta no hace mucho tiempo disfrutábamos en Galicia.

El 2002 fue un año especialmente seco y caluroso, aunque no mucho más que los diez que le precedieron y muy parecido a los que llegaron a continuación. Nada nuevo que nos pudiera causar sorpresa. A escasos metros del puente romano que cruza el río Miño en la carretera de Lugo a Portomarín, se puede ver el azud de una presa de molino, que mantuvo desde siempre un buen nivel de agua en toda esa zona, hoy convertida en un agradable paseo fluvial. Pues bien, alguien tuvo la desafortunada idea de abrirla para permitir que el agua corriera libremente, en un momento en que la sequía era tal que por primera vez en los últimos cincuenta años, se podía cruzar el río de una orilla a otra con botas de media caña. Corrían los últimos días del mes de julio.

Más o menos una semana después, recibí una llamada telefónica, por si fuera de mi interés presenciar un espectáculo inaudito: decenas de truchas de entre uno y cinco kilos se amontonaban frente a la salida de un pequeño chorro de agua fresca que les llegaba desde un prado. Se las veía con la boca abierta, exhaustas, semiasfixiadas, hasta el extremo de que algunas se dejaban atrapar con una simple sacadera, incapaces ya de reaccionar. La temperatura del agua era de veinticuatro grados, letal para ellas. Llamamos con urgencia a Medio Ambiente, que en vista de la gravedad de la situación, acordonó la zona y ordenó la reparación de la presa. Media docena de sacos de cemento fueron suficientes para que el agua recuperase su nivel y se enfriase lo suficiente como para que salvaran la vida parte de aquellas truchas, que estaban condenadas a morir. La solución no era tan complicada.

Han pasado diez años desde entonces, sin que nadie hiciese nada al respecto, con una Administración mirando para otro lado, como si la cosa no fuera con ella o como si nada hubiese ocurrido, a pesar de que desde entonces estos desgraciados episodios se repetirían forzosamente en otras ocasiones, como así fue. Recordemos, por su envergadura, el del embalse de Baíñas en el río Xallas.

Hay que decirle a la Administración que el cuidado del agua debió de haber sido su principal cometido, recuperando y no aconsejando destruir las presas de los molinos, levantando balizas de madera allá donde un cauce se explane excesivamente por falta de caudal, construyendo pequeñas cascadas donde se oxigene el agua, controlando los vertidos directos de aceites y de detergentes, obligando a las empresas constructoras al uso de pozos de decantación, en obras próximas a cualquier masa de agua... Estas y otras más, imposibles de enumerar ahora, son las medidas que tenían que haberse tomado, de contar con una Administración comprometida.

Aunque nada nuevo para estas páginas, desde donde hace ya tiempo venimos exponiendo parecidas preocupaciones, sin obtener nunca ni rectificación ni respuesta alguna por parte de quienes son los responsables directos. A pesar de ello lo repetiremos una vez más, aunque sea como predicar en el desierto: los ríos se están quedando sin agua y en tales circunstancias es altísimo el riesgo de muerte entre las pocas truchas que ya quedan. Si a eso se le une una contaminación cada vez mayor, una vegetación indeseable que crece sin control y una subida en temperatura del agua, solo nos queda hacerle rogativas al cielo para que nos devuelva el clima gallego de hace cincuenta años.

Si todas las medidas siguen dirigiéndose obsesivamente hacia el pescador de caña, y si después de los negativos resultados obtenidos en los últimos veinte años, se persevera en el error, mucho me temo que los pronósticos de los biólogos de la Complutense se adelanten ochenta años y dentro de diez, las truchas pasen a ser un recuerdo en nuestra comunidad.