Esperando a Godot

OPINIÓN

14 jul 2012 . Actualizado a las 07:00 h.

n mis tiempos de estudiante, en la Universidad Complutense, no había obra teatral más representada que Esperando a Godot, en la que Samuel Beckett había concentrado todos los temas y tópicos del existencialismo tardío y del absurdo sartriano. La larga espera del personaje desconocido, que nunca llegaba pero siempre se prometía -«aparentemente, no vendrá hoy, pero vendrá mañana por la tarde», decía el niño mensajero-, era utilizada por Beckett para expresar el tedio y la desesperación de la vida en la que nuca pasa nada, y la necesidad de que venga alguien que, con solo su llegada, le ponga argumento a una obra que no lo tiene. Y fue eso lo que, tratando de resolver el enigma de quién era Godot -Dios, el tiempo o los pasos del camino-, me llevó a mí a hacer un trabajo de Filosofía en el que Godot era, tomando la idea de Gabriel Marcel, «el sentido», o una esperanza blanca con gafas y zapatos.

Y es el caso que, con la nostalgia de aquellos días, no dejo de pensar en el punto de absurdo y desesperanza que tiene la actual política gallega, que, condenada al inmovilismo y al hastío, y a que todo vaya bien y mal al mismo tiempo, nos obliga a permanecer sentados al borde del camino esperando a que venga Godot, un actor de naturaleza desconocida que sea capaz de ponerle sentido a una obra que tiene ribetes de absurda.

Basándose en la pobreza discursiva que padecemos, hija natural de la política ramplona que practicamos, son muchos los que están convencidos de que ese Godot que esperamos «no vendrá hoy, pero vendrá mañana por la tarde», en una expresión que discurre en paralelo al «hoy no se fía, mañana sí» que hizo furor en las tabernas de barrio. Pero todo apunta a que la aceleración política que envuelve a Mariano Rajoy puede estar allanando el camino para que, no a toda España pero sí a Galicia, llegue Godot y arme la marimorena. Los récords de Zapatero -el mayor recorte de la democracia, la prima de riesgo más alta, el Babel de los ministros, el desprestigio exterior, el país que «de hecho ya está intervenido», los impuestos que suben, los servicios que bajan, el paro desbocado y la incertidumbre general- han quedado pulverizados en solo seis meses. Y cada vez hay más gente que espera que venga Godot a calentar el partido -ganarlo es otra cosa-, y a llenar de suspense un proceso electoral que carece de tensión y expectativas.

Y es el caso que -en la izquierda que quiere inventarlo, en el nacionalismo que quiere usarlo como trampolín, en la derecha que quiere evitarlo, y en los medios que pueden darle virtualidad- empieza a generalizarse la idea de que ese Godot se llama Pepe Blanco, que tiene la suficiente hechura para jugarle a Feijoo «de poder a poder», y que quizá «no vendrá hoy, pero vendrá mañana por la tarde». O no, claro, porque el existencialismo es así.