Con el voto de asturianos y andaluces concluye un período electoral que se inició hace casi un año, en mayo del 2011, con las municipales y autonómicas de régimen común, y tuvo su acto central con las generales del 20-N. Y cuando las encuestas preveían que la línea de cambio trazada en las anteriores consultas se afianzaría en las de ayer, resulta que los ciudadanos han optado por lanzar una seria advertencia a Mariano Rajoy. Porque no hay otra forma de interpretar la victoria insuficiente del PP en Andalucía y su tercer puesto en Asturias. Todo indica que la marea del cambio está ya en reflujo.
Más allá de las reformas urgentes impuestas desde Bruselas, el presidente del Gobierno ha retrasado el reloj de las malas noticias todo lo que ha podido para no perjudicar los intereses de sus candidatos en Andalucía y Asturias. Pero, aun así, Javier Arenas ha sido incapaz, en su cuarto intento y tras 18 años persiguiendo el mismo objetivo, de obtener la mayoría necesaria para impedir que un pacto PSOE-IU permita a los socialistas seguir gobernando en Andalucía. Y en Asturias el PP tampoco ha logrado superar al Foro, por lo que se verá en la difícil tesitura de tener que convertir en presidente a Álvarez-Cascos.
Los socialistas han salvado los muebles mucho mejor de lo esperado, con victoria en Asturias, aunque no pueda gobernar, y una resistencia apreciable en Andalucía, pese a que los escándalos de corrupción han salpicado hasta las puertas de los colegios electorales. Algunos dirigentes, como Elena Valenciano, sucumbieron ayer a la tentación de considerar un éxito los resultados. Aunque sea comprensible, tras un año de caída libre, no puede obviar que Griñán ha perdido más de medio millón de votos y nueve parlamentarios. Es decir, un batacazo. Le salvan el notable ascenso de IU y la resistencia de los andaluces a entregarse al PP.
Porque el triunfo con amargo sabor a derrota de Arenas tiene más de rechazo a este que de castigo a Rajoy. No obstante, el presidente debería huir del triunfalismo que mostró anoche Dolores de Cospedal. Andaluces y asturianos le recordaron que los españoles esperan algo más que recortes. Le dieron un apoyo muy importante con la esperanza de que introdujera los cambios necesarios para que la situación económica mejorara. Pero solo han recibido malas noticias y ninguna que ayude a despejar el horizonte.
La apreciable caída en la participación popular es el más claro indicador del hartazgo de los electores, por la acumulación de elecciones pero también por su escasa confianza en la clase política. La desafección puede crecer al darse la paradoja de que acaben gobernando los derrotados: en Andalucía, el PSOE, que ha perdido nueve puntos, y en Asturias, el partido de Cascos, que ha caído cinco puntos en poco más de medio año.