E l primer martes de noviembre ya está ahí. El tiempo vuela. El calendario es un sprinter, un velocista. Faltan nueve meses y unos días, un embarazo, para las elecciones. Y así se notó en el discurso de Obama en el estado de la Unión. El premio Nobel de la Paz tiene complicada (no imposible) la reelección. Las encuestas están en su contra. Nada menos que ocho de cada diez norteamericanos creen que Estados Unidos va por el mal camino. Y los números tampoco le ayudan. La tasa de paro es del 8,5 %. Y la historia reciente dice que jamás un presidente logró la reelección con semejante cifra. La gente vota con una mano en la papeleta y la otra en el bolsillo. Aquí y en Arkansas. Le ayuda la cruenta pieza satírica que escenifican sus rivales por la nominación republicana. Obama abrió en su discurso los brazos todo lo que pudo para acoger a la clase media del país, justo la que corre el riesgo de desaparecer por la crisis. Quiere justicia económica. «No voy a volver a los días en que a Wall Street se le permitía jugar con sus propias normas». Quiere crear empleo. «Ni planes de rescate, ni dádivas, ni escapatorias... Que cada uno asuma sus responsabilidades». Y ¿quién no? Ayer no habló el comandante en jefe del Ejército más poderoso. Ayer habló un contable herido.