Cuando la maldad se burla de la ley

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

14 ene 2012 . Actualizado a las 07:02 h.

¿E scándalo judicial o sentencia justa? Francamente: este cronista no está preparado para responder a esa pregunta. Solo sabe que estamos ante las consecuencias del juicio paralelo que más tiempo se mantuvo en las pantallas de televisión, con un balance que no puedo defender desde el punto de vista de la ética profesional. Si el cronista se deja guiar por los testimonios de la familia de Marta del Castillo, podríamos estar ante un ejemplo clamoroso de errores en cadena que desembocaron en una sentencia que crea alarma social. Si se atiene a la lógica legal, estaríamos ante una aplicación coherente de las previsiones legales; coherente con las pruebas presentadas y la ausencia del cadáver de Marta.

El desenlace, en cualquier caso, es descorazonador. Después de tres años de seguimiento del crimen, a casi nadie se le pasaba por la cabeza que el autor confeso fuera condenado a solo 20 años de cárcel. Mucho menos, que las tres personas señaladas por el dedo acusador de la opinión fueran absueltas. A nadie. Se dio por seguro que Carcaño y el menor habían violado y matado a la chica y que los demás habían encubierto el asesinato, habían limpiado el piso o habían hecho desaparecer el cadáver. En consecuencia, todos fueron presentados como la encarnación de la maldad, que se rieron de la policía, de la Justicia y de los ciudadanos en una acción de ocultamiento y mentiras continuadas que parecían responder a un guion maligno.

Personalmente, es lo que pienso también. Y, si lo pienso, es que me he dejado influir por un entorno que hace tiempo dictó su propia sentencia y encontró culpables a todos los acusados; por tres años (se cumplirán el día 24) de información constante, y no siempre sometida a criterios de neutralidad; por la exagerada atención de las televisiones, que se metieron en una alocada carrera por arrebañar espectadores, porque el nombre de Marta del Castillo significaba audiencia; y por la compasión que suscitaban el abuelo y los padres, que fueron entrevistados cientos de veces, y ellos encontraron consuelo en ese manto informativo protector.

Si al final son tan opuestos el criterio popular y el judicial, es que algo ha fallado. Quizá la investigación policial, que no supo o no pudo aportar pruebas contundentes. Quizá la eficacia de la Fiscalía y la acusación, que no supieron o no pudieron arrancar testimonios probatorios. O la falta de un mecanismo ajustado a derecho que permita obtener la verdad de un acusado. O el comportamiento informativo, tan propicio al tratamiento morboso. O todo esto a un tiempo. Lo cierto es que hoy tenemos la inevitable y triste impresión de que la maldad le ha ganado una partida a la ley ante los ojos de todo el país.