Aire envenenado

| RAMÓN IRIGOYEN|

OPINIÓN

11 jul 2007 . Actualizado a las 07:00 h.

HASTA UNA fecha aún no lejana los ecologistas eran considerados por la mayoría de los ciudadanos como hijos espirituales del ingenuo Francisco de Asís, aquel santo tan sensible a los cantos de los pájaros y al maravilloso aroma de las florecillas del campo. Los ecologistas eran poetillas que no sabían de dónde les soplaba el aire. Hoy, sólo los descerebrados ignoran que el mapa de la polución en España arroja unos datos escalofriantes. Nada menos que 50 ciudades españolas de más de 100.000 habitantes superan los límites legales de contaminación del aire: este dato nos dice, pues, que el 89% de nuestros municipios más poblados respira veneno. Las partículas contaminadas causan graves problemas respiratorios y cardiovasculares, asma -que aquí no significa precisamente 'cantar,' como significa asma en griego- y las dulces alergias sin las que, para más del 30% de la población -y dicho sea con ironía en homenaje a la suprema ironía de Cervantes-, la vida no tiene sentido. La contaminación también aumenta la mortalidad infantil. Según los datos oficiales, sólo San Sebastián, Palma de Mallorca, Badajoz y Cartagena cumplen la ley de contaminación del aire. La mayoría de las restantes grandes ciudades, incluidas Barcelona, Valencia, Sevilla y Madrid, vulneran los niveles de contaminación permitidos por el ministerio del Medio Ambiente. Un caso especialmente grave es el de Madrid: la contaminación del aire es tan alta que ya ha causado incluso una mutación genética en el oso del escudo de la ciudad. Recientemente, se ha estado debatiendo con frenesí en las páginas locales de los diarios madrileños el alarmante tema de que el oso del escudo de la ciudad ya no es macho, sino hembra: es, pues, osa. Por fortuna, la situación no es todavía tan grave como para tener que afirmar que ya tampoco es macho el madroño del escudo. Como vemos por este caso, las plantas resisten la contaminación del aire mejor que los animales. Si queremos, pues, sobrevivir en nuestras grandes ciudades no nos queda más remedio que transformarnos en plantas. A la ninfa Dafne su padre Tiresias la transformó en laurel. Y así ella fue inmune a la contaminación atmosférica de Tebas.