La puerta norte

|RAMÓN PERNAS |

OPINIÓN

04 jul 2007 . Actualizado a las 07:00 h.

SOMOS la puerta norte de Europa, la puerta por donde entra la droga que abastece los mercados europeos de cocaína, la puerta y el puerto, puertos y rías donde descargar o fondear el polvo blanco, la fariña que nos mandan de Sudamérica. Nos hemos convertido en un gigantesco camello de dos mil jorobas, y todos los goles los marcamos o nos los marcan en propia meta. Suministramos cocaína al primer mercado consumidor del mundo, el español, y lo hacemos desde un pueblo, desde una cultura ancestral que tenía como rasgos característicos la honestidad y la bonhomía antes de brotarle los anticuerpos de los mercaderes de la muerte que empañan la manera de ser de nosotros, los gallegos. La coca, la farlopa, el perico, ha tenido un importante prestigio social en determinados ambientes adultos que desde el coqueteo con las drogas construyeron un cielo a su medida, sin estrellas, y bajaron al infierno en un camino de difícil retorno. Las consecuencia de aquellos «subidones blancos» comienzan a cobrar los intereses en forma de paradas cardiorrespiratorias y en el incremento de ictus e infartos cerebrales entre los consumidores sociales y de larga duración. En el mundo efímero del famoseo y las celebrities locales, de andar por casa, la coca logró alcanzar un indiscutido prestigio hasta que comenzaron a contabilizarse las primeras víctimas. Hubo un momento en el que protagonistas de la city financiera esnifaban coca para competir y aguantar los tirones del mundo del dinero, pero la coca siempre miente, es la más embaucadora de las drogas, sabe esperar agazapada y no destruye tan rápidamente como el caballo, como la heroína, el maná de los pringados. La cocaína mata lentamente, pero al fin mata. Se vuelve al debate recurrente de la legalización, crecen los antiprohibicionistas, pero es un discurso tan falso como falsas son todas las drogas. Es infantil mantener la tesis de a quién beneficia, porque perjudica a todos. Arremete cruelmente contra la salud, se dispense en farmacias o se trapichee en arrabales. Galicia, y así comencé, tiene que cerrar la puerta norte, amarrar planeadoras, castigar ejemplarmente a los narcos traficantes, vigilar inversiones y cuentas bancarias, y tendrá que hacerlo no sólo desde la sociedad civil -el ejemplo de Érguete y Carmen Avendaño es sintomático-, sino desde los poderes públicos. Existen tramas organizadas en las dos orillas del océano con tácticas mafiosas y estrategias que van más allá del código penal. Los gallegos no nos merecemos el nuevo tópico, el certero sambenito de camellos a gran escala; es urgente cerrar todas las puertas del norte, los puertos francos por donde entra la muerte envuelta en fardos.