Capacidad de adaptación

| XOSÉ CARLOS ARIAS |

OPINIÓN

29 jun 2007 . Actualizado a las 07:00 h.

LA DIMISIÓN de Rodrigo Rato de su cargo de director gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI) ha supuesto una sorpresa. La principal virtud de Rato en este tiempo ha sido la de hacerse poco visible, mantenerse siempre en un tono discreto, lo que le permite salir sin mayores daños de un cargo que tiende a quemar seriamente a quienes lo ostentan. Es cierto que le han beneficiado dos circunstancias. En primer lugar, la estrambótica gestión de Paul Wolfowitz en la agencia hermana, el Banco Mundial, que por comparación ha embellecido la figura de Rato. Y segundo, el contexto general de bonanza económica y, sobre todo, la estabilidad básica del sistema financiero internacional en ese período, que ha tenido que ver, más que con la labor del propio FMI, con la actuación extraordinariamente prudente de los Gobiernos nacionales, como reacción al gran susto de las crisis financieras del final de siglo (lo que ha provocado un crecimiento espectacular y bastante generalizado de las reservas de divisas). Rato ha sabido dejarse ir en ese entorno favorable, evitando a toda costa los conflictos (valga como ejemplo la renegociación de la deuda argentina). Claro que tampoco la gloria es mucha. En un organismo en el que se registra un fuerte déficit democrático en la toma de decisiones, Rato apenas ha iniciado reforma relevante alguna (salvo, quizá, lo que no ha estado mal, el incremento de la cuota de los países en desarrollo). Pero una reforma profunda, que llevaría a un FMI más ágil y capaz de lidiar con futuros episodios de inestabilidad financiera -tal y como se demanda desde la pléyade de propuestas para una nueva arquitectura financiera internacional-, eso apenas se ha iniciado. En realidad, esa trayectoria no es demasiado diferente de la actuación de Rato como ministro español de Economía a lo largo de casi una decenio. El exitoso modelo Rato de política macroeconómica estaba ya inventado por su antecesor, Pedro Solbes. Su mérito fue saber adaptarse a ello y colocar a personas como Folgado, procedentes de la cúpula empresarial y poco dados a experimentos ideológicos, a la cabeza de su gestión. No obstruir el camino virtuoso hacia la convergencia en la zona euro fue su gran aportación, siendo sus innovaciones más bien escasas: entre ellas, es de justicia destacar la Ley de Estabilidad Presupuestaria, que a pesar de su rigidez, constituye su principal legado. Capacidad adaptativa a las circunstancias favorables, pragmatismo: tales han sido los principales activos de Rodrigo Rato como responsable político, y con ello (a no ser que detrás de su dimisión haya algo que ahora ignoramos), no parece haberle ido mal.