Publicidad y filosofía moral

| JOSÉ RAMÓN AMOR PAN |

OPINIÓN

22 jun 2007 . Actualizado a las 07:00 h.

¿CUÁL es la fuerza que impulsa nuestras decisiones? Muchos piensan que el egoísmo, el interés propio. Ello conlleva la competitividad como norma y, en suma, la agresividad. Todos recordamos la célebre máxima hobbesiana, el hombre es un lobo para el hombre. La historia parece dar la razón a esta postura. Muchas amapolas tiñen de rojo, ayer y hoy, el blanco horizonte de la humanidad. Sin embargo, la Obra Social de Caixa Galicia, que es la que nos invita a reflexionar en torno a ese gran interrogante, recupera para nosotros otra línea de pensamiento y nos ofrece una respuesta diametralmente opuesta: la solidaridad es la característica que define y diferencia al ser humano. Nunca antes me había encontrado con una campaña publicitaria que, de una forma tan directa y positiva, incidiera en el ámbito de la filosofía moral. Mis felicitaciones a los creativos de dicha campaña y a los directivos que supieron fijar objetivos de tan hondo calado antropológico. Por el otro lado nos encontramos estos mismos días en la televisión el anuncio de un coche que se atreve a jugar con algo tan noble como la psicología personalista. El pobre Maslow lloraría de rabia al ver la burda utilización que hacen de sus investigaciones en un intento desesperado por incitarnos al consumo. Estos dos ejemplos nos invitan a repensar los límites de la publicidad. Creo que no todo vale con tal de vender nuestro producto. La publicidad está omnipresente y, nos parezca bien o no, es un instrumento poderosísimo en la transmisión de valores. Lo que tenemos que hacer es elegir bien los valores que pretendemos transmitir. Durante años los anuncios han estado sobrealimentando nuestros instintos y enseñando que no hay límites, que el momento fugaz es lo importante, que no hay ideales, carpe díem, que las cosas son las que dan la felicidad¿ Luego, no nos sorprendamos cínicamente si observamos a nuestro alrededor las consecuencias de tan funesta pedagogía. Las campañas pagadas por el Estado para que conduzcamos mejor o para que nuestros jóvenes beban menos son un mero parche de muy baja efectividad porque, pensémoslo, hay cientos de anuncios que van justamente en la dirección contraria. A lo mejor los creativos publicitarios tendrían que reciclarse a través de un curso de deontología profesional.