Desdicha de la invención

| EDUARDO CHAMORRO |

OPINIÓN

26 abr 2007 . Actualizado a las 07:00 h.

LO NORMAL en el oficio del analista es equivocarse, y más si de lo que habla es de Israel o de Palestina. Así, nos equivocamos cuando dimos por supuesto que la muerte de Arafat abría una época mejor para Palestina en sus relaciones con Israel, cuando entendimos que la liberación de Gaza entrañaba el principio de una dinámica beneficiosa para los encartados, y cuando presumimos que el primer Gobierno de Hamás reconvertiría el movimiento radical islámico al pragmatismo realista de un partido con responsabilidades de gobierno. Tampoco nos lució mucho el pelo cuando ignoramos la horrenda posibilidad de que el colapso cerebral de Ariel Sharon pusiera el Gobierno de Israel en las manos de un incompetente. Ahora, el equívoco amenaza con envolver por separado a Israel y Palestina en el turbio sudario de una tragedia sarcástica. La crisis política, socioeconómica y civil instigada por la llegada al poder de Hamás se mueve hacia un vacío sin precedentes, por unos pasos que sugieren que de la Autoridad Nacional Palestina cada vez queda menos nación, menos autoridad y puede que menos Palestina. La ley nunca existió de una manera propiamente dicha en Palestina. Lo malo no es eso. Lo malo es que donde nunca existió el imperio de la ley, hoy comienza a imperar el tiroteo tribal y la intriga mafiosa. En el mismo sentido, lo malo tampoco es que la democracia nunca haya tenido mucho que ver con el modo de ser palestino. Lo malo es que ese modo de ser se vea retorcido hacia la sangre y el fuego de un fascismo tan popular como siempre, y de un nazismo tan indígena como nunca. En Israel tampoco se están yendo de rositas. El presidente se encuentra temporalmente incapacitado bajo sospechas de una barbarie sexual en la que le imitaría, más tímidamente, el ministro de Justicia, mientras el de Hacienda parece haber entrado a saco en los fondos públicos, al igual que podría haberlo hecho el primer ministro en los privados. Israel y Palestina son productos de la inventiva del pensamiento político contemporáneo. Una inventiva al borde, tal vez, de su fracaso moral más evidente. Aunque puede que nos equivoquemos.