El vigor de una broma antigua

LUÍS VENTOSO

OPINIÓN

14 abr 2007 . Actualizado a las 07:00 h.

EN 1915, hace ya 92 años, el pintor suprematista ruso Kazimir Malevich presentó un cuadro titulado Realismo pictórico de una mujer campesina en dos dimensiones . Pero lo único que se veía en el lienzo era un cuadrado rojo inscrito en un marco blanco. Seis años después, otro ruso, Aleksandr Rodchenko, publica un tríptico llamado 5X5=25 . Son tres lienzos de un único color cada uno: rojo, azul y amarillo. A palo seco. Rodchenko alegó que había «reducido la pintura a su conclusión lógica». Que en el arranque del siglo XX dos pioneros hiciesen algo así tenía un pase: aunque lo puede hacer cualquiera, ellos eran los primeros a los que se les ocurría. Pero viajemos más adelante. En 1950, Barnett Newman pinta otro cuadro que aparece en los manuales, se llama Vir heroicus sublimis . Tres lienzos pintados de rojo, y listo. En 1970, Josef Albers crea Homenaje al cuadrado , que también está en los anales. Se trata de un cuadrado rojo oscuro enmarcado por otro rojo claro. Resumiendo: epatar con lienzos de un solo color, aparte de pedestre, es ya rancio. Vamos con la escultura y las instalaciones. De nuevo lo que nos endilgan los museos estatales como iconoclasta y moderno es muchas veces una regurgitación vacua del pasado. En 1913, Duchamp ya expuso una rueda de bici subida a una banqueta, y cuatro años después hizo lo propio con un urinario. En 1931, Meret Oppenheim forró con piel una taza de café y acabó en los museos. Y con razón: era algo nuevo. Hace 47 años, Daniel Spoern puso un desayuno en una tabla y lo montó sobre una silla: más arte. Y hace 46 años, Christo cerró una calle con 240 barriles de petróleo. Se llama instalación. En 1968, Robert Smithson llenó con piedras unas cajas de madera: esculturas. Hoy, creadores con currículos largos continúan encalomándoles a los museos públicos gallegos nuevas bromas, que pagamos todos por vía fiscal, queramos o no. Quien disiente es tachado autoritariamente de retrógrado, o de tarugo. Es legendario que en una bienal gallega se llegó a exponer una caja de embalaje como escultura (la de verdad iba dentro). También es mítica la sensatez de una limpiadora de Santiago, que barrió la arena que ensuciaba el suelo de un templo... y que resultó ser una obra de arte. Ser snob es ameno. Pero en el futuro quizá se mofarán de una época en la que veneramos bastante morralla. Asumámoslo: usted, yo y mi tía Matilde también sabemos colocar en el impoluto suelo de un museo 50 botes de Nocilla de colores en espiral y llamarles instalación. ¿Somos artistas? Pues igual sí.