Tráfico: desajustes del sistema

| GONZALO OCAMPO |

OPINIÓN

10 abr 2007 . Actualizado a las 07:00 h.

AL CABO de esta Semana Santa, el hecho de que en diez días se cuenten más de un centenar de muertos en las carreteras españolas -dentro del marco de la operación especial de tráfico, o en el ordinario desarrollo de éste- traduce un severo desajuste entre los mecanismos de la prevención y los resultados finales. Sería ingenuo deducir que el sistema del permiso por puntos o la multiplicación de radares tendrían radicales efectos correctores de desafueros. Más lejos, son otras las revoluciones que el tráfico precisa y que seguramente son coincidentes con las que requiere nuestra sociedad, puesto que la circulación de vehículos conforma un plano de la convivencia que tiene lugar en el seno de la propia sociedad. ¿No es cierto que la humana diligencia podría haber evitado la mayoría grande de tantas muertes? Se ha repetido la historia, como se repetirán las mismas obviedades para explicarla, entre el juego de las velocidades excesivas, el alcohol, distracciones, etcétera. Otra cosa es ir detrás de la causa de la causa, toparse con las claves de las conductas humanas para reconocer que la ley no se cumple, que no estamos los usuarios por esa labor, quizá porque entendemos que las normas administrativas son de rango menor, tienen escaso valor, restringen en demasía las libertades individuales. No acabamos de aceptar que los preceptos para la seguridad vial hacen posible la ordenada convivencia en calles y carreteras. Bien lo decía Augusto Comte: «El hábito de la obediencia constituye la primera condición del orden humano». Sí, es una cuestión de obediencia a mandatos legales que la autoridad debe hacer cumplir mediante sus órganos finalistas, es decir, los agentes especializados. Otra cosa es que se haya optado por tanta tecnificación de la vigilancia, preferida a los modos de los viejos tiempos, es decir, a la física presencia del agente avizorante con lo pies bien plantados en el asfalto de cualquier tramo de cualquier camino. Al final, malos resultados a costa de buenas intenciones. En clave lorquiana, «... aquí pasó lo de siempre. Han muerto cuatro romanos y cinco cartagineses». Son necesarios otros modos, otras actitudes, seguramente una cultura diferente que cambie vaciedades por valores.