Religión y poesía

| RAMÓN IRIGOYEN |

OPINIÓN

05 abr 2007 . Actualizado a las 07:00 h.

LA CELEBRACIÓN de la Semana Santa, que, como todas las semanas del año, es trágica por el altísimo índice de muertos en accidente de tráfico, es un buen momento para al menos asomarse a las relaciones entre religión y poesía. La reflexión sobre la religión debió de comenzar por las indatables fechas en que surgió la religión misma. Desde el momento mismo en que el hombre descubrió el hecho irreversible de que se moría, desesperado, se puso a invocar a los dioses. El descubrimiento de la muerte genera toneladas de pánico. Y ¿cómo creó el hombre sus mitologías, que intentaban hacer inteligible el mundo de los dioses?: del mismo modo que ha inventado todo: aplicando la razón, que lo obliga a ser lógico, y la imaginación, que lo lleva a inventarse miles de mundos maravillosos. Hay un filósofo hispano-norteamericano, George Santayana, que ha afinado extraordinariamente al estudiar los temas de religión y poesía. Para Santayana, que nació en la calle madrileña de San Bernardo, la religión y la poesía son idénticas en esencia, y son distintas en el modo en que ambas se relacionan con los asuntos prácticos que, con tanta frecuencia, son durillos. Santayana llama religión a la poesía que marca la vida del hombre. La religión es poesía que se ha convertido en guía de la vida, poesía que ha suplantado a la ciencia. La poesía, según Santayana, es religión carente de eficacia práctica y sin ninguna ilusión metafísica. La función propia de la religión es expresar el ideal. Los ideales de los evangelios y de, por ejemplo, los libros de caballerías, tienen un denominador común. Por eso la Inquisición española prohibió la exportación de libros de caballerías a América, porque temía que los indios los iban a considerar relatos de la misma estirpe imaginativa que los evangelios. Leo, en estos días, con máximo placer La tempestad serena (Signos), un magnífico libro de poemas del granadino José Gutiérrez. Un poeta, además, por fortuna, sometido a la religión de la más maravillosa métrica.