La joya del amor

| RAMÓN IRIGOYEN |

OPINIÓN

13 feb 2007 . Actualizado a las 06:00 h.

ESPOSAS y esposos -y vayan aquí de entrada, con repudio radical, dos de los pareados más detestables que he oído: «tu esposa mantecosa», «tu esposo mantecoso»-, novios y enamorados de la más variada condición civil celebran el día de san Valentín. La fiesta se remonta a la antigua Grecia y a Roma. Pero vayamos a sus orígenes más próximos. La fiesta de san Valentín, asociada al amor y al comercio, es un invento norteamericano de mediados del siglo XIX. La fiesta llegó a Europa a través del Reino Unido. Y a España con esas semanas -o sea, décadas- de retraso con que hemos ido respecto a la Europa más avanzada en tantos aspectos, llegó a mediados del siglo XX gracias a las Galerías Preciados de don Pepín Fernández que luego compró El Corte Inglés. Para informarme sobre la vida y milagros de san Valentín recurro al libro Los santos. Noticia diaria, de Valeriano Ordóñez, un jesuita aficionado al folclore -publicó algún libro de recopilación de jotas navarras- que falleció, hace ya tres años, en Pamplona. Según Ordóñez, san Valentín fue un sacerdote romano muy piadoso, nacido en el siglo III, que en su amor a Cristo y a la Iglesia no regateó, como tantos cristianos tibios, la entrega de su alma, sino que incluso llegó a alcanzar la gloria suprema del martirio. ¿Quién era el emperador que perpetró tal crimen?: el responsable de aquel crimen fue Claudio II el Gótico, emperador desde el año 268 al 270. Claudio II descendía de una oscura familia de Dardania o Iliria. Los historiadores creen hoy muy probable que participara en la muerte de Galieno, a quien sucedió como emperador. El 14 de febrero, día del martirio de san Valentín, se celebró muy pronto con gran solemnidad. Julio I, papa entre los años 337-352, mandó erigir una basílica junto al lugar del martirio del santo no lejos de la vía Flaminia. Alrededor de su sepultura las palomas y los pajarillos se arrullaban con frenesí. Un profeta vaticinó que aquellos alegres trinos habían de llenar un día de medallas del amor -«hoy más que ayer y menos que mañana»- las vitrinas de El Corte Inglés. Los grandes almacenes le deben una estatua de bronce a tan sabio profeta.