La ética del cuidado

| JOSÉ RAMÓN AMOR PAN |

OPINIÓN

08 ene 2007 . Actualizado a las 06:00 h.

NO NOS GUSTA envejecer. Tampoco las enfermedades crónicas. Y menos aún que la muerte acontezca tras un proceso más o menos largo de decadencia e invalidez. Es muy duro ver cómo la persona amada, de la que tanto has recibido y con la que tanto has disfrutado, se va convirtiendo en una sombra de lo que fue. Es en las situaciones de dependencia cuando más claramente se entrelazan los temas médicos con los sociales, económicos, familiares y afectivos. Cuidar implica dar respuestas a todas estas dimensiones. En el camino hacia la humanización de la etapa final de la vida son importantes, sin duda, las residencias de ancianos y los hospitales especializados en la atención a los enfermos terminales. Su construcción y puesta en marcha no debiera ser objeto de demagogia política, y tampoco debiera existir rivalidad entre lo público y lo privado y sí suficiente grado de coordinación y eficiencia en el aprovechamiento de recursos para atender en tiempo y forma las urgentes demandas sociales. En nuestro país, el 2007 tiene que ser el año de la dependencia. Cuidar es responsabilidad de todos. La ética del cuidado exige ponerse en la piel del otro, escuchar atentamente y responder a sus necesidades con flexibilidad. Tan importante como la actividad a realizar lo es la forma como se lleva a cabo. Cuando los mayores reclaman comprensión, consuelo o cariño, los profesionales no pueden responder echando mano de fríos protocolos. Cuidar exige sensibilidad. Ningún Código Penal puede recoger la obligación de tratar con amabilidad y ternura, ni las veces que hay que sonreír. Estos profesionales no pueden conformarse con no ser negligentes, tienen la obligación moral de ser diligentes. Aunque duele comprobar lo alejada que está a veces la realidad del ideal y observar que en algunos trabajadores del sector prima la ley del mínimo esfuerzo, sin embargo no es inconcebible un tipo así de profesional. Para alcanzar esa meta deben mimarse la selección y formación de estos trabajadores, en toda la pirámide ejecutiva, así como los incentivos económicos y el reconocimiento social que les ofrecemos. La excelencia nos la jugamos en las cosas sencillas y cotidianas. Probablemente no sea tan difícil y bien seguro que es altamente gratificante. Tendremos que desarrollar una ética de las organizaciones que haga hincapié en estas pequeñas cosas. Hay que sumar esfuerzos, remar en la misma dirección.