Elogio de los bobos insignes

| XOSÉ CARLOS CANEIRO |

OPINIÓN

18 dic 2006 . Actualizado a las 06:00 h.

DISCULPARÁ usted que uno escriba en ocasiones con las tripas, corazón al descubierto, tristón por las palabras de alguno que ha hecho del insulto y de la presunción chulesca su modo de encaramarse a la fama. Él, de nuevo. Escritor cartagenero, espadachín alatriste y torvo columnista que aprovecha cualquier disculpa para arremeter contra Galicia y los gallegos. El columnista tal, escudado en la empresa que lo edita y promociona, posee adláteres varios en nuestra tierra (colegas de grupo editorial). Todos callan. Incluso lo aplauden cuando nos visita. Y cuando al columnista le da lo que le da, o sea, las ganas de arremeter contra Galicia y los gallegos, sus colegas de cuadra se callan y los gallegos aguantamos. Dijo el columnista, lo escribió, que el Parlamento de Galicia exigió al gobierno la eliminación del Diccionario de la Real Academia Española algunas variantes peyorativas (dice peyorativas y no injuriosas, insultantes o humillantes) de la voz «gallego». Después, el columnista habla de los bobos insignes que protestaron cuando la Academia «respondió que el diccionario no quita o pone variantes, sino que registra el uso real de las palabras en el habla viva de todos los hispanoparlantes». Este periódico y algunos intelectuales o políticos gallegos se encuentran en la nómina de «bobos insignes» de los que habla el columnista. Y algún Nobel, como Camilo José Cela, también. Bobo insigne, para el columnista, es aquel que defiende el derecho de un pueblo a no ser humillado. No discutimos que estas acepciones puedan aparecer en un diccionario histórico (porque también es bueno recordar: para que el pasado no se repita), pero no deben figurar en el diccionario actual de la RAE. El columnista es un recién llegado a la Academia y fue mal recibido. En su entrada había pancartas en los accesos al edificio que señalaban: «Chiquito de la Calzada a la Academia». Ahora siente la necesidad, el columnista, de hacerse merecedor de su distinción como académico. Aquí y allá justifica, decora y ensancha el perfil de la más alta institución lingüística del Estado. Incluso, apoyado en un dogmatismo de baja altura moral, afirma que la Academia está para registrar usos. ¿Pero no quedamos hace años en que la Academia «limpia, fija y da esplendor»? Por lo tanto, si al columnista no lo moviese el rencor, el odio cerval a todo aquello que no resulta aquiescente con el centralismo madridista; si no lo impulsase la ira contra la diferencia y contra el orgullo de ser gallego y defender lo gallego, el columnista (académico), estaría de acuerdo con el Parlamento de Galicia y con todos los gallegos que reclaman que las acepciones insultantes de la voz «gallego» sean eliminadas de un diccionario actual, y no histórico. Defender la dignidad de una palabra, gallego , que nos une e identifica: eso es lo que han hecho los bobos insignes de los que habla Arturo Pérez Reverte. Sus amigos de cuadra editorial no dirán nada. Para qué. Su país, digo, no parece el nuestro.