Dictadores

| ARTURO MANEIRO |

OPINIÓN

11 dic 2006 . Actualizado a las 06:00 h.

HA MUERTO Pinochet. Ha muerto quien había sido un dictador hasta hace quince años. Ha desaparecido del mundo uno de los personajes que más páginas de periódicos ha ocupado. Uno de los más denostados políticos. La lucha contra los dictadores es uno de los objetivos de los países democráticos y desarrollados. Las dictaduras significan desprecio a los derechos humanos y a la seguridad jurídica de las personas. A la cultura de Occidente deben resultarle siempre odiosas las figuras de los dictadores, porque ejercen el poder sin contrapeso, sin freno, sin oposición. Son sistemas políticos que promueven una convivencia social corrompida, donde unos ciudadanos se imponen a otros, donde los delatores son recompensados y las víctimas no encuentran amparo; donde no existe la solidaridad; donde los más pobres llevan siempre las de perder. Lo malo de la sociedad occidental es que suele ejercer una lucha selectiva contra las dictaduras. Existen dictaduras a las que los países democráticos las perdonan, las comprenden. Los partidos políticos disculpan y justifican a unas mientras luchan contra otras. No parece que se luche contra la dictadura como concepto social, como organización política, como atentado permanente a los derechos humanos. Se lucha contra algunas dictaduras, contra algunos dictadores, pero no contra todos. Y esto hace que las sociedades occidentales y los partidos políticos democráticos pierdan autoridad con sus críticas a la dictadura como sistema. A veces da la impresión también de que todas las fuerzas opositoras a las dictaduras se centraban en la figura de Pinochet, cuando ya había dejado de ser dictador, mientras se olvidaban de los dictadores que seguían vulnerando todo tipo de derechos a sus pueblos en el momento actual. Se comprende o se justifica una y otra vez a Fidel Castro y a su atroz dictadura en Cuba. Se silencia o se justifica, o no se combate, o se le dan premios, a la dictadura de Teodoro Obiang en Guinea. Se abraza, se besa y reverencia al rey de Marruecos, como si no fuera dueño y señor absoluto de su pueblo. Se silencia, o no se comenta, el sufrimiento del pueblo norcoreano por la acción todopoderosa de su dictador Kim Jong-il. Vive tranquilamente Moamar el Gadafi como señor de su país, o Abdalá en Arabia Saudí. Y así otros tantos que siguen siendo dictadores. Es muy probable que si se utilizaran las mismas energías contra estas dictaduras como las que se gastaron contra Pinochet, se lograría una mejora de los derechos humanos en el mundo.