El regreso de Kafka

OPINIÓN

16 oct 2006 . Actualizado a las 07:00 h.

HA SALIDO libre, bajo fianza, después de pasar una semana en la cárcel. Hablo de Ana María Ríos, la muchacha que iba de luna de miel y se encontró en medio de una luna de hiel que le heló el corazón. Fue Kafka el culpable. Kafka, como símbolo, es mal interpretado con frecuencia. Se habla de él cuando vivimos una situación absurda e incluso le hemos dedicado, al genio, un adjetivo (mal entendido, también): kafkiano. La gente, que apenas lee a Kafka, utiliza como sinónimos «lo absurdo» y «lo Kafka». Grave error. Todo deviene por falta de lectura. Como no leemos a Kafka, y leemos a Pérez Reverte, sucede que pensamos que una cosa y la otra son similares. Pero la obra de Kafka denota algo que trasciende lo absurdo. Nos habla del poder estrangulador de lo externo: lo exterior importa tanto que las motivaciones internas, las personales, no consiguen fijar el propio destino. Los móviles externos cuentan más que los internos, por decirlo de modo breve aunque ambiguo. Sucedió con Ana María, en Cancún. Te meten en la cárcel como metían en la cárcel a los personajes de Kafka: sin saber por qué. Sales de viaje y no sabes qué puedes encontrar. Incluso viajas al bar de la esquina buscando compañía y te encuentras de bruces con la la soledad y el desamor. Kafka reina. Lo sabemos a diario. Cuando «liberan» a quince mil visones a favor de la naturaleza y de la libertad, atentan directamente contra la naturaleza y contra la libertad de las gallinas, por ejemplo. Es Kafka. Cuando en Cataluña quieren darnos lecciones de civilidad y golpean a dos políticos. Es Kafka. Cuando un menor conduce un coche a doscientos por hora, y se mata. Es Kafka. Titulé mal este artículo: el regreso de Kafka. Él no precisaba volver. En realidad, maldita sea, nunca se ha ido.