El fuego y el tráfico

OPINIÓN

11 ago 2006 . Actualizado a las 07:00 h.

DESDE la villa del occidente asturiano -tan cercana al oriente gallego- en la que paso unos cuantos días, se repite la pregunta de los viejos amigos que saben de mi vieja vinculación a la querida Galicia: «¿Qué pasa con los gallegos, que sois los peores en el tráfico y que ardéis por los cuatro costados?" Ciertamente, parece como si en esos dos ámbitos del tráfico y de la quema de montes el infortunio tomase carne para dañar, hasta el extremo al hombre y a la tierra. Es de notar que por sí mismos, desde su propia existencia, el tráfico y el fuego traen consigo la idea de riesgo para las personas. Después, en función de su utilización inadecuada, avanzan sobre el mismo riesgo para crear peligros, para abrir potencialmente todas las posibilidades a un estadio distinto que es ya la materialización del mal. Desde esta perspectiva intelectiva parece como si hubiera algo común entre fuego y tráfico, aun admitiendo que su buena utilización es beneficiosa y que sólo se pervierte a partir de los errores de la conducta, voluntarios o no. Ocurre que es en este tiempo preciso cuando conjuntamente ponen en peligro vidas, cercan poblados e impiden el ordinario uso de las carreteras. Entonces, cuando se manifiestan como enemigos, se hace necesario combatirlos, con armas eficaces, capaces de coartar toda intención malévola para impedir la acción lesiva o para sofocarla en sus raíces. ¿Qué hacer? Tal vez antes que en la utilización de unos u otros medios o instrumentos deba plantearse la acción rectamente entendida de vigilar, tanto como velar sobre las personas y las cosas, atender cuidadosamente, perseverantemente a ellas, «mirar y observar atentamente» -que dice el diccionario- para evitar desmanes. Es necesario entender la vigilancia como tarea, como actividad, más que como pasividad o como mera contemplación del entorno en el que atisba el enemigo a batir. Luego, si el infortunio llegase, que sea porque las fuerzas naturales han podido más que las razonables precauciones humanas. Creo que la vigilancia es un arte, un arte que bien usado sirve mejor para evitar derrotas que para alcanzar laureles. Y termino. Es claro que poco podría argüir en torno a planes para vigilar las alternativas de incendios. Puedo afirmar, en cambio, que, a costa de cuanto se haya escrito en estos días, los planes de vigilancia del tráfico son manifiestamente mejorables, como trataremos de explicar en otra ocasión.