Arzalluz o la desproporción

| FERNANDO ÓNEGA |

OPINIÓN

27 jun 2006 . Actualizado a las 07:00 h.

¡QUÉ ALEGRÍA! ¡Qué alborozo! Media España dio ese grito al ver a Xabier Arzalluz ante el juez. Para esa parte de país, el anterior presidente del PNV es el gran inspirador de la vascofobia que queda en este país. Es el responsable de la otra fobia, la antiespañola, que se ha generado en el País Vasco. Es el separatista disfrazado de discursos de concordia. Es la mente que instiga los movimientos de secesión desde un partido democrático. Es el conspirador que azuza los sentimientos primarios de los vascos. Muchos no dudan en llamarle terrorista, incluso ante los micrófonos y en letra impresa. Es, en definitiva, el espíritu maligno que, según frase atribuida a él mismo y muy afortunada, ha recogido las nueces del árbol agitado por ETA. Por eso algunas voces muy populares en España han celebrado verlo ante el juez, pero han lamentado que sólo haya sido llamado como testigo. No lo verán nuestros ojos. Su único delito es haber preguntado por teléfono cómo iba la extorsión de los etarras. Pero, a partir de tan intrascendente suceso, el viejo Arzalluz ha demostrado que no ha perdido su carácter conspirativo. Donde sólo hay exigencia de clarificaciones a un par de militantes y dirigentes, ve un intento de criminalizar a todo el partido. Donde sólo hay persecución judicial a una banda terrorista, él contempla una acción contra todo el nacionalismo. Y observa tantas acciones de la Justicia contra el PNV, que saca la bomba atómica y amenaza con impugnar la Constitución. He ahí todo el talante del nacionalismo vasco resumido en una sola intervención: la negación a asumir cualquier responsabilidad; el victimismo, que les hace sufrir manía persecutoria; la tentación de desbaratar todo, incluso el orden constitucional, si un juez se atreve a mirar lo que hay debajo de sus alfombras. Es decir, la desproporción. Miren que Arzalluz es un tipo salado, ingenioso e inteligente; pero sufre la megalomanía de los profetas y se cree ungido del supremo derecho a la impunidad. Ignoro en qué consiste exactamente eso de impugnar la Constitución. Supongo que será una especie de rebeldía para que los vascos no la acaten. Y supongo también que se pueden alegar decenas de razones para hacerlo, porque la imaginación de los victimistas es inagotable. Pero eso de lanzar tal amenaza porque se han abierto media docena de causas a miembros de su partido, ya no entra en el sentido común. Es el mayor caso de soberbia que nuestros ojos han contemplado. Es considerarse una casta de intocables que está por encima de la ley. Con lo cual, vistas y oídas estas cosas, sólo queda una exclamación final: ¡qué bien hizo la naturaleza al haberle dado al señor Arzalluz el jubileo de la jubilación!