La distensión era posible

FÉLIX SORIA

OPINIÓN

SE FIRMA EN MOSCÚ EL TRATADO SALT I En 1972 se cerró la primera ronda de las Conversaciones para la Limitación de las Armas Estratégicas (SALT, en sus siglas inglesas). El pacto fue ratificado en 1979 y se quebró en 1986, cuando Washington creó el sistema de misiles conocido como guerra de las galaxias.

25 may 2006 . Actualizado a las 07:00 h.

La firma del SALT I fue el fruto de un complejo proceso en el que influyeron, por el lado estadounidense, las dificultades geopolíticas que acusaba Washington en el sureste asiático, en África y en Latinoamérica; en tanto que el régimen soviético era incapaz de racionalizar la producción y ni siquiera podía parchear su maltrecha economía. En resumen, ni la URSS podía gastar más del 10% de su presupuesto en armas, ni EE.UU. podía seguir tensando sus relaciones exteriores sin dañar gravemente los intereses de sus poderosas corporaciones industriales y bancarias. Las negociaciones del SALT I se habían iniciado tres años antes, en Helsinki, en un ambiente caracterizado por la profunda desconfianza mutua y en el que los dirigentes de ambos países se emplearon a fondo para maquillar sus recelos con la palabra paz, aunque detrás de ella escondían mil y una urgencias. EE.UU., por ejemplo, se había enredado en la telaraña vietnamita y el cono sur de Sudamérica era un caos, entre otros males; en tanto que la URSS perdía el 40% de sus cosechas debido a la pésima logística de sus sistemas de producción y distribución, amén de que China le había arrebatado el control de decenas de partidos comunistas y los regímenes del Este europeo hacían aguas económica y socialmente. Ambos gobiernos necesitaban un respiro y la promesa de que la guerra atómica era evitable les daba oxígeno y, de paso, credibilidad. En 1972, tres años después de la cumbre de Helsinki, cuya trastienda dio carnaza para que Hollywood filmara varias películas sobre la guerra fría y la natural maldad de los rusos, Richard Nixon viajó a Moscú para estrechar la mano de Leónidas Breznev. Entre otros absurdos, el texto suscrito incluía un artículo (el 15) que empezaba así: «Este tratado tendrá una duración ilimitada», para en el párrafo siguiente añadir que «cada parte tendrá, en ejercicio de su soberanía, el derecho a abandonar este tratado si estima que eventos extraordinarios relacionados con las materias de este acuerdo han puesto en peligro sus principales intereses. Esta decisión se comunicará a la otra parte con seis meses de antelación a la renuncia». En Washington, Moscú y en las capitales de la Comunidad Europea, China y Japón, que eran los ámbitos donde más expectativas se habían creado, acabaron reconociendo que el texto del SALT I sólo era una declaración de buenas intenciones. Motivo por el que los signatarios abrieron inmediatamente las negociaciones del SALT II, que fue suscrito en 1979. Ciertamente, tanto la URSS como EE.UU. cumplieron con la obligación de destruir ingenios atómicos; en concreto, parte de sus sistemas de misiles antibalísticos (ABM, en sus siglas inglesas) y parte de los que portaban sus submarinos. Sin embargo, ambas partes se limitaron a desmantelar las instalaciones más vetustas y las innecesarias, mantenido capacidad de destrucción suficiente para asolar varias veces el territorio del enemigo y de hacerlo en menos de sesenta minutos. Pese a todo, el SALT I tuvo sus efectos positivos, aún hoy perceptibles, pues demostraron que los gobiernos de EE.UU. y de la URSS podían sentarse a dialogar y, sobre todo, revelaron que las cúpulas militares de ambas potencias eran capaces de mirarse a los ojos, esbozar una sonrisa y hablar sin rodeos de cómo evitar el holocausto nuclear. En 1986, cuando Afganistán ya era una piedra en el zapato soviético y Washington había controlado sus males en Vietnam y Sudamérica, el presidente Ronald Reagan hizo uso del segundo párrafo del artículo 15 del tratado para romper la baraja y repartir las cartas de nuevo. Pero la sangre no llegó al río porque poco después el muro de Berlín cayó sin pegar un tiro y la URSS quebró. La tercera ronda SALT fue innecesaria. El escenario cambió y el mundo estrenó supuestos diablos destructores y presuntos ángeles salvadores.