Un final escrito hace cinco años

| LUÍS VENTOSO |

OPINIÓN

22 mar 2006 . Actualizado a las 06:00 h.

EL YA CANTADO final de ETA, que ahora se escenifica y que proyecta a Zapatero de cara a las elecciones, se firmó en realidad hace cinco años. Fue el 11 de septiembre del 2001, cuando en una acción de una imaginación luciferina Al Qaida enfiló tres aviones de pasajeros contra las Torres Gemelas y el Pentágono. Murieron 2.986 personas y se convirtió en el mayor atentado de la historia. Aquel día, el mundo cambió y ETA se quedó sin hueco en él. La escalada de crueldad de Nueva York fue tal que liquidó las componendas que permitían contemplar ciertos terrorismos irredentistas como luchas ideológicas justificables (hasta entonces, era usual en la prensa estadounidense referirse a ETA como «grupo separatista» u «organización para la liberación del País Vasco»). Además, se estableció una comparación tan macabra como inevitable: la brutalidad del 11-S dejaba en pañales a ETA en la lacerante escala del horror. El terrorismo sin eco mediático es estéril, y tras mazazos como el del World Trade Center y el 11-M, acribillar a un edil indefenso en un villorrio vasco ya no garantiza titulares planetarios. Una lógica salvaje, sí, pero que era la de ellos. Con el nuevo clima, ETA supo que ya nunca podría ganar y se reconvirtió en lo que es: una camorra con coartada política, dedicada con buen éxito a la extorsión y a hacer caja para su ancha nómina de empleados. El IRA lo entendió todavía más rápido y anunció su desarme en el tempranero octubre del 2001, sólo un mes después de la caída de las Torres Gemelas. No fue casual que las dos excrecencias terroristas que quedaban en la UE languideciesen casi a la par. Tras el 11-S se procedió además a liquidar el santuario francés. Fue un oasis tolerado hasta muy tardíamente por los gobiernos galos, pues la banda había ganado caché en ciertos ámbitos de la política vecina por sus días de lucha antifranquista (y además, a veces renta que el vecino modesto tenga problemas). Con una policía tan soberbia como la gendarmería francesa, ¿cómo se entiende que Antza, el jefe de ETA, y su mujer, la sanguinaria pistolera Amboto, cuyas fotografías decoraban los aeropuertos de toda Europa, viviesen hasta octubre del 2004 criando patos en un caserón francés a un paso de la frontera con España? Con ETA sin argumentario ni meta, sólo quedaba desmontarla. De eso se encargaron Garzón y Aznar ilegalizando a Batasuna -por cierto, con apoyo de Zapatero- en marzo del 2003. Se cortaba el flujo financiero de las instituciones y la banda perdía sus capilares sociales. ¿Alguna prueba de que aquello funcionó? Fácil: hace casi tres años que ETA no mata. La tregua ya era una realidad. Sólo falta conocer el precio de su puesta en escena.