De aquel golpe a estos trastazos

OPINIÓN

21 feb 2006 . Actualizado a las 06:00 h.

UN GUARDIA civil, pistola en mano, encaramado en la tribuna del Congreso. Un teniente general, brazos en jarra, echándose como una fiera a los secuaces del golpista sin más armas que su indignación y su valor. Y un presidente del Gobierno, sentado en el banco azul sin inmutarse, mientras sonaban atronadores los disparos de fusil. Esa imagen de la intentona golpista de Tejero, de la que mañana se cumplirá el primer cuarto de siglo, resume mejor que ninguna otra la dureza de una transición que nunca hubiera triunfado si los políticos que tuvieron la responsabilidad de dirigirla la hubieran encarado con la frivolidad y el sectarismo con que hoy se comportan Rajoy y Zapatero. De hecho, el éxito de aquella transición tuvo que ver, primordialmente, con la capacidad de superar la distancia sideral que entonces separaba a quienes acabaron por protagonizarla: Adolfo Suárez, un ex secretario general del Movimiento, cuya precoz ambición política lo había conducido a la charca del último franquismo; Manuel Fraga, un dirigente forjado en algunas de las más duras batallas de la dictadura contra sus adversarios democráticos; Felipe González, un demócrata de izquierdas, con tan poca experiencia como capacidad de liderazgo; y Santiago Carrillo, un veterano comunista, líder de quienes habían luchado como pocos por la libertad de España, pero protagonista, él mismo, de páginas oscuras de la historia de su país y su partido. ¿Se imaginan que, después de celebradas las primeras elecciones generales, esos cuatro dirigentes se hubieran tratado entre ellos como hoy se tratan los líderes del PSOE y el PP? ¿Qué habría ocurrido si el tono del debate hubiera sido entonces el de hoy? Pues, muy probablemente, que todo habría acabado en un fiasco. Y ocasiones para el fiasco no faltaron: la del 23-F fue la principal. Ya sé que cabría argumentar que aquélla era una situación infinitamente más compleja (crisis económica, golpismo, terrorismo, y todo a mil por hora) y que ahora, con la democracia ya consolidada, resulta lógico que el debate político se encrespe. Pero ese argumento bien valdría justamente del revés: pues no es normal que, habiendo mejorado todos los aspectos de la vida política, económica y social, el país viva sometido a una presión que sólo sirve a los intereses electorales de un puñado de políticos de oficio. Unos políticos que de seguir así no merecerán nunca el respeto general que se han ganado ya los que hace veinticinco años fueron capaces de defender unidos la España democrática que hoy permite a Rajoy y Zapatero acusarse de ¡no querer el fin de ETA! ¡Alucinante!