Aniversarios

OPINIÓN

14 ene 2006 . Actualizado a las 06:00 h.

LOS QUE hemos salido ilesos, o con escasos daños colaterales, de las conmemoraciones del cuarto centenario de la edición del Ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha , no tenemos nada claro que podamos salir bien librados de la gran efemérides cultural del 2006, que no es otra que la celebración del doscientos cincuenta aniversario del fallecimiento de Mozart. Se cumplen cien años de la muerte de José María Pereda, quinientos cincuenta del nacimiento del marqúes de Santillana, y, felizmente vivo y lúcido, Paco Ayala cumple cien años. Los mismos que va a cumplir Peter Pan, que nació para la fantasía y la magia el día de Nochebuena del 1906. No sólo están de cumpleaños las personas, también las ciudades y los pueblos que pueden presumir de datar su fundación o poner fecha fija a eventos que los han distinguido, y que conmemoran con fastos lustros, décadas y siglos. Tal es el caso de las muy afamadas ferias mindonienses de As San Lucas, que, como quien no quiere la cosa, recibirán el otoño en el año ochocientos cincuenta desde su fundación. As San Lucas de Mondoñedo, episcopales ferias festivas, son una proclamación universal del fin del estío cuando los caminos de Galicia bordan con hilos de oro viejo las tardes declinantes de octubre bien mediado y el aire arremolina un leve fardo de hojas secas. Este año habrá festa rachada en todo el valle y la Paula , campana mayor de la catedral, tañerá en un ángelus gozoso como si el maestro Veiga, don Pascual, compusiera para la ocasión una suite de campana sola, que haría las delicias del Pallarego en su célebre y celebrada barbería musical y literaria. Mondoñedo es un extramundi que siempre aguarda la llegada a la mar de Foz de las galeras normandas que pilota Ramón Loureiro, que me recuerda que dentro de algo más de un mes se cumple el veinticinco aniversario de la muerte de Cunqueiro, de don Alvarito, mi señor que Dios en gloria haya. Dejó dicho que su epitafio reclamara, y es bien sabido, mil primaveras más para Galicia. Cerca estaba la primavera cuando murió. Era un certero presagio, se presentía. Cunqueiro nos dejó en una terrible orfandad literaria. Fue grande entre los grandes. Y aquel año, hace ya veinticinco, se demoró el cuco en la selva de Esmelle. No lo oyeron cantar hasta que abril comenzó a menguar. En el viejo cementerio de la ciudad de los obispos, donde hiberna el invierno, hay una tumba que siempre tiene flores. Don Álvaro disfruta de la eternidad mirando al valle. Del cementerio han hecho un jardín como en un relato de Austen, son sepulturas que acompañan al paseante y ralentizan la llegada de la tarde. Cerca deben de estar Lence Santar y Pascual Veiga. Seguro que argallan algo para cuando el otoño nos sorprenda con su carro de lluvias. Son nuestros muertos, son nuestra memoria, el alfabeto civil de nuestras letras. Traduzco lo que escribo y pongo bolboreta en una línea, y colo y vagalume, y escribo brétema . Ya saben lo que digo.