Los nombres de la rosa

OPINIÓN

07 ene 2006 . Actualizado a las 06:00 h.

HACE unas semanas, Compostela conmemoró el vigésimo aniversario de su declaración como patrimonio mundial. Las políticas en el conjunto monumental, reconocidas en el ámbito internacional, han sido obra de muchas personas, protagonistas de una trayectoria apoyada en cuatro fechas axiales. 1985, declaración por la Unesco como patrimonio mundial. Al regresar de París con Rafael Baltar y la nominación bajo el brazo, la pregunta «y esto ¿para qué vale?» se reiteraba hasta el fastidio. Compostela era por entonces una bella durmiente que vivía de su introspección histórica, pero algunos éramos conscientes de que tal declaración iba a suponer el inicio de una nueva etapa de proyectos y desarrollo, tal como preconizaba Alfonso Guerra en la ceremonia de recepción. 1991, creación del Real Patronato. Fue todo un trabajo diplomático. El Real Patronato, bajo la égida de don Juan Carlos, era la fórmula institucional para lograr que las administraciones se concertasen en torno a los problemas de la conservación de la ciudad histórica a través de un consorcio interadministrativo que captase los recursos necesarios. La clave fue Felipe González, con el apoyo de los ministros Solana y Borrell y del lobby gallego en torno al entonces secretario general de Infraestructuras, Emilio Pérez Touriño. Fraga Iribarne estuvo, una vez más, a la altura de las circunstancias institucionales y facilitó la negociación de los estatutos con los conselleiros Vázquez Portomeñe y Dositeo Rodríguez. Y en la trastienda, los concejales Villanueva, Río Barro y Fernández, más Pilar Navarro en la Moncloa y José Denis en Raxoi. Tan difícil era lograr un régimen especial en el que el Ministerio de Economía se corresponsabilizase de una ciudad patrimonialmente transferida, que se lanzó un órdago firme comunicando al Consejo de Ministros la dimisión del alcalde si no se aprobaba. 1997, aprobación del plan especial de la ciudad histórica. La filosofía de la nueva concepción urbana se resumía en dos vocablos: conservar y transformar. Respetar, proteger, rehabilitar la arquitectura histórica e introducir lo contemporáneo en los nuevos edificios del intradós de la ciudad, suponía realmente revisar la historia pasada y afrontar la venidera. El magnífico trabajo del equipo dirigido por Juan Luis Dalda y Anxel Viña con la colaboración de Josef Kleihues se aprueba en una fructífera negociación con Ángel Sicart, director xeral de Patrimonio de la Xunta. 1998, premio europeo de urbanismo. Se premiaba sobre todo la calidad del planeamiento, pero también su gestión, que implicaba a una amplia red de personas y administraciones y a una modélica Oficina de Rehabilitación. Los reconocimientos se suceden, mientras el Consorcio deriva hacia posiciones de menor consenso y se enzarza en discusiones internas, con un ayuntamiento que deja de producir propuestas a pesar del esfuerzo de las concejalas Encarna Otero y Mercedes Rosón. De estos veinte años se puede concluir que el trabajo en la ciudad monumental exige creer en la capacidad del proyecto para preservar la historia y construir nuevas formas y funciones que animen a la población a vivir y convivir entre ellas. Nada de la acción de gobierno sale por casualidad. Todo necesita imaginación, tenacidad y ánimo.